Mujeres mineras en Japo, Bolivia
A estas alturas, quizás convenga recordar que el 8 de marzo no era el Día Internacional de la Mujer (un poco ridículo, no existe el Día internacional del varón) sino el Día de la Mujer Trabajadora. Es decir, de la mujer que trabajaba fuera de casa, que era la liberada, frente al ama de casa, de suyo ignorante y medio lela. En resumen: escasamente liberada.
Es definitiva, es lo que, Chesterton, anunciaba ya hace 100 años tiene más valor: “200.000 mujeres gritan: ‘no queremos que nadie nos dicte’ y acto seguido van y se hacen dactilógrafas”.
Claro que la mujer trabajaba en casa en la sociedad preindustrial… como el hombre
Cambiaban el hogar donde eran reinas de su marido para convertirse en esclavas de su jefe. Ahora, 100 años después algunas han conseguido pasar de esclavas a esclavistas de otros y otras, lo que nos refleja el formidable avance ético del feminismo. Además, para una mujer no es lo mismo que le explote un varón a que le explota una mujer: ¡Dónde vas a comparar!
En cualquier caso, fue antes de la estupenda incorporación de la mujer al mundo del trabajo, cuando el propio Chesterton exclamó: la mujer media era déspota en su hogar, el hombre medio era siervo en su trabajo. Gracias al feminismo, siempre pendiente de la igualdad, la mujer del siglo XXI ha logrado pasar de déspota a sierva e igualarse al hombre. Este viejo corazón se estremece ante los avances conseguidos por féminas de tanta altura, como por ejemplo, Irene Montero.
Todo empezó cuando 200.000 mujeres gritaron: “no queremos que nadie nos dicte” y acto seguido se hicieron dactilógrafas
Los primeros feministas clamaban por una mujer que saliera de su mundo pequeño (el hogar) para acceder a una cultura superior (el mundo). Todo un negocio.
Ahora bien, lo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora -que tantos avances nos ha conseguido, como creo haber dicho antes- miente cuando nos explica que, en la sociedad pre-industrial, la mujer que trabajaba en el hogar estaba recluida al servicio del varón. Mentira: en aquella sociedad pre-industrial -¡quién la pillara!- ambos, mujer y varón, trabajaban en el hogar. Varón y varona, para ambos.
El feminismo se ha disparatado al mismo tiempo que la proletarización de la mujer. Espero que se trate de una coincidencia
Lo cual nos retrotrae a la pregunta que formulara aquel conocidísimo periodista de la Transición (no diré su nombre, quedaría marcada por la tontuna feminista actual): ¿A éstas quién las ha engañado?