El antojo de prevenir que nazcan chiquillos con invalidez genética está llevando a un progresivo empleo del dictamen prenatal que, en caso de ser desfavorable, terminará en un aborto.

Una muestra de ello es el testimonio que ha divulgado The Guardian. El periódico anglosajón dio a conocer los resultados de una investigación científica de la Universidad de Cambridge, en la que se examinaron las conductas de 235 adolescentes desde su embarazo hasta los 8 años.

Algunos perciben estos datos como un apoyo a la independencia de la joven en embarazada. Otros se preguntan si no estaremos utilizando el dictamen prenatal como parte de una maniobra de pesquisa y devastación de los imposibilitados físicos o mentales.

¿Qué valores son los que están en juego en el análisis genético anterior al nacimiento?: el respeto a la existencia humana, tanto particular como colectiva, el respeto a los mortales incapacitados.

Por hiriente que resulte la pregunta, nos debemos interpelar: ¿Nos hemos empujado a una tarea de rastreo y aniquilación que busca la extinción de algunos grupos de mortales, como los aquejados con el síndrome Down, los que sufren dolencias cerebrales o físicas?

Por otra parte, conviene aclarar que nace una criatura con el síndrome Down por cada 800 partos, entre mujeres de 30 a 34 años. Lo monstruoso es que ya no nacen críos con el síndrome de Down, porque son destrozados cuando aún están recluidos en el seno materno.

Un autor del siglo XX, ante una hija ciega e inválida, dijo a sus padres: ¡Con qué alegría lleváis esta gran bendición de Dios! Que, posiblemente, en algún momento no habréis entendido, pero ahora lo estáis entendiendo.

Mi madre acudió al medico en su segundo mes de embarazo. El médico decretó la interrupción del embarazo, pero mi madre se negó. Siete meses más tarde nací yo. Hoy, en 1824, en el Kärmerton de Viena, estreno mi novena sinfonía, mi canto personal a la alegría de vivir, afirmó Beethoven.

Clemente Ferrer

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