Desde Coimbra, una monja vieja y achacosa, conocida como Sor Lucía, la vidente de Fátima, insistía una y otra vez al Vaticano para que el Papa consagrara el mundo al Inmaculado Corazón de María. ¡Como si no hubiera otros problemas en el homicida siglo XX, con una Guerra Mundial, peligro de hecatombe nuclear, hambruna y desesperación como nunca se habían conocido en la historia, la gravísima enfermedad de la tristeza, que atacaba a la humanidad como nunca antes lo hubiera logrado, consiguiendo convertir el suicidio en una plaga y una dictadura como la marxista, reputada de liberadora, que tenía aherrojada a la mitad de los seres humanos y atemorizada a la otra media!

Y aquella monja plasta, dando el coñazo desde su claustro portugués, con que la caída de Moscú, de la mayor de concentración de poder de la historia, sucedería cuando se consagra el mundo al Corazón Inmaculado de María.

Al final, fue Juan Pablo II -13 de mayo de 1982, un año después de su atentado- quien consagra en Fátima el mundo al Inmaculado Corazón de María. El hecho de que siete años después cayera el muro y se derrumbara el comunismo, abriendo las puertas a la conversión de Rusia, algo impensable para la inteligencia occidental que es muy inteligente, no es sino una mera coincidencia que enerva a mentalidades simples.

El domingo 21 no se consagra el mundo, sólo España, la tierra de María, al Corazón de Su Hijo, Cristo. La Providencia tiene esas bromas, y le gusta que el centro geográfico de España, un pelín al sur de Madrid, esté coronado por una Estatua del Sagrado Corazón, la misma que fue fusilada por los milicianos republicanos (junto a cinco jóvenes adoradores dicho sea de paso, porque la carne ofrece menos resistencia a las balas que la piedra), esa gente tan sensible que según nuestro nunca bien loado presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, constituyen el crisol de la democracia.

Pero no politicemos el asunto. El caso es que alguien, por ejemplo el obispo de Palencia, José Ignacio Munilla, quiere reconsagrar España al Sagrado Corazón, como en 1919, reinado de Alfonso XIII.

De lo que podemos extraer dos conclusiones:

1. La primera que la recristianización de España es tan posible hoy como ayer, desde que existe Cristo, anterior al espacio y el tiempo y hasta que deje de existir, mucho después de que el tiempo se acabe (y perdón por el gazapo metafísico). Fíjense lo que pretende decir este loco abajo firmante: digo, que pudiera ser que la consagración del domingo 21 de junio de 2009 representara un antes y un después en la historia de España. Oiga, y no he bebido más de lo habitual.  

2. Que los principios no cambian, sólo los escenarios en los que se aplica. Quiero decir que la consagración de un país al Sagrado Corazón no supone otra cosa que abandonar dicho país en manos de la Misericordia divina ante la imposibilidad humana por darle la vuelta.

Desde la irrupción en la historia de aquella otra religiosa de nombre Faustina Kowalska, a quien canonizara Juan Pablo II como apóstol de la Divina Misericordia, hay mucha gente que confunde ambas imágenes y ambas advocaciones: el Sagrado Corazón y la Divina Misericordia. No es perniciosa, porque en el fondo estamos hablando de lo mismo. Son los agnósticos los que se quedan con las imágenes, mientras el cristiano sabe perfectamente quién se dirige a través de cualquier imagen de Cristo: no a la estatua o al lienzo que un hombre ha creado sino al Ser que le ha creado a él.

No hay otra forma de vivir que el abandono en Cristo de la misma forma que no hay otra forma de pensamiento que el agradecimiento por haber sido creado.

En definitiva, lo que va a ocurrir el domingo 21 consiste en el abandono de España en la misericordia de Dios. Que Él lo arregle. ¡Buena falta le hace al país y a cada uno de sus contribuyentes!

¿Podemos hablar de una nueva España? Yo así lo espero.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com