Si hay algo que molesta a los jóvenes es la burocracia. La institucionalización siempre es necesaria pero los jóvenes, y también los adultos, perciben que los papeles exhiben una doble tendencia: a reproducirse y a enterrar al ser humano entre su progenie, a considerar a la persona medio y no fin.

Y no cabe duda de que las estructuras eclesiales se han burocratizado tras el Concilio Vaticano II –la maravilla peor interpretada de la historia, dicho sea de paso- y la creación de las conferencias episcopales ha disparado esa burocratización.

Yo soy el osado autor de un artículo titulado "Cómo acabar de una vez por todas con la Conferencia Episcopal", pero es que yo soy un exagerado. Mejor hacer caso a Benedicto XVI, que lo explica mucho mejor con más prudencia y más radicalidad (o sea, mucho mejor): "Es necesario evitar el peligro de un superinstitucionalización: tantos consejos, aun siendo útiles, no pueden ser como un grupo de gobierno que complica la vida de los fieles y hace perder el contacto directo de los pastores con ellos. Como me contó una persona un día: 'me gustaría hablar con mi párroco pero me dicen que siempre está reunido'".

Es lo bueno que tienen las jornadas mundiales de la juventud. No sólo el Papa se aproxima a los jóvenes, sino también los obispos, desprovistos de sus vestes y en contacto directo con los prelados asistentes, en cuanto colaboradores del obispo de Roma.

Al final, como recuerda el propio Benedicto XVI, la Iglesia no funciona, o no debe funcionar, como un gobierno o una empresa, ni confiar en la fuerza presuntamente arrolladora de sus estructuras políticas o corporativas: "El redentor vence sólo por la fuerza de la convicción personal, encarnada en un testimonio". Esto es, con la palabra del mejor predicador: fray Ejemplo.

Eulogio López

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