Cuenta Joaquín Navarro-Valls, el periodista español que fuera portavoz, laico, del Vaticano, con Juan Pablo II, que un 7 de abril de 1995, nada menos, desayunó con el entonces embajador israelí en Italia, y buen conocedor de España, Samuel Haddas. Entonces, insisto, 1995, hace casi 30 años, el judío le explicó que el peligro estaba en dos fenómenos: el yihadismo, es decir, el fanatismo violento musulmán y Hamas. Sí, Hamas, en 1995. 

Hamas ya era entonces un grupo terrorista, por tanto cobarde, que primero golpea con todo su odio -aquí sí se puede hablar de odio, sin melodramatismos- y luego se esconde detrás de sus mujeres y sus niños y dice que el enemigo es muy malo porque destruye su escudo, es decir, a sus mujeres y a sus hijos.

En cualquier caso, hay que reconocer a los israelitas un sentido de la realidad incomparable. Ya sabían lo que era Hamás en 1995 aunque nuestro Pedro Sánchez aún no lo sepa hoy en 2024. Y buena parte de Occidente tampoco, oiga usted.

La primera cuestión es la más importante. Haddas ya hablaba del fanatismo yihadista antes de que naciera el Estado Islámico. Y esto es bello e instructivo, porque el ISIS surge cuando el tontainas de Georg Bush hijo y el engreído de Barack Obama, se confunden de enemigo. Bush ataca a Iraq y destruye la tiranía de Sadam Husein... para que aflore el Estado Islámico, que es mucho peor que Husein. 

Por su parte, el apóstol de la progresía, Barack Obama, lanza la Primavera Árabe por todo el mundo musulmán, con la que consigue justo lo contrario de lo que predicaba, que los pocos países árabes donde se podía vivir en paz, caso de Túnez, mismamente, se conviertan en tiranías islámicas o en simples estados fallidos.

Barack, más listo que Lepe, Lepijo y su hijo, olvidó que el Islam es incompatible, no sólo con la libertad, sino también con la justicia. Por tanto, con la democracia.

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Respecto al actual Israel: ya he dicho muchas veces que Netanyahu no me cae bien. No es un judío que luche por la supervivencia de su pueblo: sí es un sionista que lucha por la independencia de su pueblo bajo su lema de hacer daño a quienes nos hacen daño. Ahora bien, él multiplica el daño que le hacen otros... lo que va más allá que el ojo por ojo. Y recuerden que un sionista puede ser ateo, un hebreo no.

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Pero sí sabe quién es el enemigo del pueblo elegido, porque los judíos, en efecto, fueron el pueblo elegido por Dios y, como decía San Juan Pablo II, nuestros hermanos mayores en la fe.