Sr. Director:

Es una conjetura mía la de que cualquier personaje político cuando va a salir de casa se cepilla bien el vestido o la chaqueta, se mira en el espejo para retocar el peinado, y guarda en una cajita, junto al cepillo y pasta de dientes, su conciencia: algo que preserva para utilizar únicamente en casa. Todo ello forma parte del ritual diario porque una vez en el espacio público lo que rige su comportamiento, su decir y actuar, es la “disciplina del partido”. No caben disensiones personales, ni otros criterios que difieran de los del que manda. Es como si hubiesen entregado su voluntad al “partido”.

Pienso en el papel de los católicos en el mundo político: El Estado es aconfesional, los Partidos son también aconfesionales. Los católicos somos libres de pertenecer y de votar a cualquier partido, siempre que su identidad no esté en oposición abierta a los principios morales y doctrinales de la Iglesia. Hace ya casi cuarenta años la Conferencia Episcopal Española promulgó un documento, “Testigos del Dios vivo”, con una serie de reflexiones ante el panorama que se abría en España sobre consultas electorales, partidos políticos, etc. He querido resaltar un párrafo que me parece tener vigencia permanente: “Es obligación de los católicos presentes en las instituciones políticas ejercer una acción crítica dentro de sus propias instituciones para que sus programas y actuaciones respondan cada vez mejor a las aspiraciones y criterios de la moral cristiana. En algunos casos puede resultar incluso obligatoria la objeción de conciencia frente a actuaciones o decisiones que sean directamente contradictorias con algún precepto de la moral cristiana”. Es, pues, un toque de atención a todos en general: a los que dirigen los partidos políticos y a los votantes que en su momento tienen que elegir.