La espiral de odio envuelve a República Centroafricana en un conflicto que parece no tener fin
Sr. Director:
El domingo 18 de noviembre, tras el habitual rezo del Ángelus, el Papa Francisco se refirió a la matanza cometida en un campo de refugiados de la República Centroafricana, situado en el recinto de la Catedral de la diócesis de Alindao, donde murieron asesinadas al menos 42 personas, la gran mayoría cristianos, entre ellas, dos sacerdotes. Según apuntan todos los indicios, el grupo armado responsable de la masacre sería el llamado Unidad para la paz en Centroáfrica, una facción compuesta por exmiembros de Seleka, la conocida milicia musulmana que protagonizó un golpe de Estado en 2013.
Las palabras del Papa no solo ponían de relieve el drama que sigue viviendo el país centroafricano, sino el escandaloso olvido al que está siendo sometida su situación en la opinión pública. Por desgracia, en España conocemos bien la espiral de odio que envuelve a la República Centroafricana en un conflicto que parece no tener fin. El obispo misionero de Bangassou, el español Juan José Aguirre, nos ha contado en numerosas ocasiones el terrible sufrimiento de la población, tanto de la mayoría cristiana como de la minoría musulmana.
Y recientemente, un grupo islamista ‘se ha especializado’ en asaltar parroquias católicas.