Este 31 de Octubre es víspera de todos los Santos, Solemnidad preciosa en la liturgia de la Iglesia Católica cuando todas las almas salvadas celebran su día propio en el calendario católico.
Es un día de alegría y oración, de fervor cristiano y unión plena con la Iglesia Triunfante formada por todos los bienaventurados que gozan del Amor de Dios para toda la Eternidad. Sin embargo se nos ha colado en nuestras comunidades, sobre todo en Europa y América, una celebración de origen pagano y de evolución satánica que se presenta con el rostro amable y divertido de disfraces, calabazas y juegos de magia.
La penetración de esta fiesta en nuestra sociedad ha sido, y sigue siendo, acogida como algo inocente y lúdico que ha nublado bastante la realidad gozosa de todos los Santos y ha pervertido esta fecha al más puro estilo de la posmodernidad: no atacando directamente la fe católica sino tergiversando su sentido, vaciándola de contenido sobrenatural y sustituyendo el mismo por una caricatura de misterio de apariencia carnavalera.
Ante esta realidad, producto del secularismo negativo y apoyado por la secularización interna de la Iglesia Católica (el peor mal que sufre nuestra Iglesia) que incluso soporta que increíblemente se celebre Halloween en colegios «religiosos» y hasta algunas parroquias, algunos opinan que es mejor callarse y no denunciar el hecho ya que de ese modo se da más propaganda al error.
Es cierto que esa postura tiene parte de razón y sentido estratégico. Pero callarse supone otorgar, y a la vez seguir en el torpe camino de la debilidad en el mensaje, la identidad disminuida, el complejo en fin de señalar la epidemia con objeto de no llamar la atención. Desde mi punto de vista como sacerdote creo que sí es necesario denunciar lo denunciable, pero siempre desde una base afirmativa: no se trata de solo condenar sino sobre todo de afirmar para que desde el sí a Cristo estemos negando la maldad y error de la fiesta que ensombrece el gozo celestial de todos los santos.
Y ¿por qué esa afirmación que borra la negación Porque Halloween es, sobre todo, la fiesta satánica por excelencia. Es el «cumpleaños» del diablo celebrado en todo el mundo por sus seguidores. El día y la noche con mayor número de Misas negras, profanaciones eucarísticas, abusos terribles de menores que desaparecen….y el signo del disfraz para festejar este evento se debe a que cubrir el rostro con una apariencia vampírica es un acto de homenaje al padre de la mentira y encubridor por excelencia: Satanás. Nadie mejor que él sabe presentar todo lo malo desde una apariencia atractiva a los sentidos.
Son no pocos los satanistas arrepentidos los que hoy confiesan públicamente el carácter diabólico de Halloween. Desde todo lo expuesto conviene concluir:
- Si es una fiesta satánica, cuando los católicos la siguen y propagan no solo cometen un mal en si mismo sino que asumen la postura más estúpida que pueda darse (similar a quien es robado y ultrajado, y cada año recuerda con una fiesta el suceso y se disfraza además de ladrón).
- Si de verdad somos católicos, no deberíamos conformarnos solo con no celebrar esa fiesta sino con alentar a que no se haga (en nuestros hogares, familias, colegios, parroquias…).
- Si tenemos responsabilidades formativas (catequistas, profesores de religión, sacerdotes….) con mayor motivo aún. Estaríamos estafando a los demás si no somos coherentes.
- Sobre todo que tengamos muy presentes que no se trata de no celebrar nada sino precisamente de celebrar a todos los santos, maravillosa solemnidad y además día de precepto (obligación grave de ir a Misa).
Y por último, y lo que ha de llegar al corazón de todo católico que se precie de ello:
Celebrar Halloween no es del agrado de nuestro señor jesucristo. Es imposible que sea del agrado del Salvador que nos olvidemos de todos los Santos (o que se eclipse su festividad) para recordar, aunque sea de forma infantil, a todos los vampiros.
Con eso debería bastarnos y hasta prescindir de todo el análisis anterior.
Padre Santiago González