Según la progresía el banco vaticano (IOR) no es un banco, sino un escándalo. Es más, de vez en cuando los cronistas se lían y comienzan sus crónicas de la siguiente guisa. "El Papa Francisco ha renovado la cúpula del escándalo IOR", siguiendo el viejo lema machista de "cuando llegue tu mujer a casa dale un paliza. Si no sabes por qué lo mismo da: ella sí lo sabe". Cuando cites el IOR habla de escándalo: no importa que no trates de ningún escándalo: de tanto repetirlo, el personal ya lo tiene asumido.

Y lo peor es que el IOR no tiene nada de escandaloso... ni tampoco de banco. La razón última es muy sencilla: el Vaticano es un país de la señorita Pepis. Como Estado soberano, la Plaza de San Pedro da un poco de risa: no tiene ejército, no tiene apenas servicios de seguridad, no tiene soberanía monetaria.

En suma, no tiene el poder de un Estado, lo que tiene es una gran influencia en todo el orbe, pero no deja de ser una mini-urbe. Acusar al Vaticano de ser un centro de blanqueo de capitales es como hablar del torticero uso del poder nuclear de Tanzania. El Principado pirenaico no puede utilizar arteramente su arsenal nuclear porque carece de arsenal nuclear y carecerá siempre. Carece de poder para ello.

Confusión primera. El IOR no es un banco, sino una caja fuerte. No es un banco universal, porque los universales cogen dinero con una mano y lo ofrecen con la otra a terceros. Lo único que hace el IOR es recoger los fondos de la propia jerarquía eclesiástica y de órdenes religiosas para sus gastos de funcionamiento y para los propios depositantes. En términos financieros diríamos que no tiene clientes de activo, lo que le aleja del modelo de la banca de inversión, que sólo tiene activos y el pasivo los emite en los mercados.

Los únicos escándalos del IOR han surgido cuando, para rentabilizar el dinero depositado -para que no se deprecie- ha dejado su dinero a terceros, a bancos y banqueros que sí invierten... y entonces la ha fastidiado. Porque cuando le das dinero a un gestor externo para que lo rentabilice pierdes el control de cómo lo rentabiliza.

Más confusiones. El escándalo IOR consiste en 'blanqueo de dinero'. Aquí hay malicia, porque se mezclan monseñores -escasísimos- metidos en rampas sucias con la actividad del propio banco vaticano, con el que no tienen nada que ver. Pero dejemos la malicia y vamos con la ignorancia.

El Vaticano como tal, ha sido acusado, no de blanquear dinero sino de someterse a los convenios internacionales sobre blanqueo de capitales. Si no te sometes a este derecho internacional financiero resultas sospechoso, porque te conviertes en una especie de Puerto Franco. Yo no lo habría hecho, pero Benedicto XVI decidió hacerlo por aquello de que la mujer del César no sólo debe ser honesta sino parecerlo.

Ahora bien, hay que ser muy bruto para pensar que el Vaticano es una especie de paraíso fiscal. En primer lugar, porque los paraísos fiscales se dedican a evadir las normas fiscales de capitales procedentes de otros países, cosa que el Vaticano no hace. En un paraíso fiscal el Gobierno no pregunta por el origen de los fondos que le llegan. Estén tranquilos: ningún traficante de drogas o de armas depositará su dinero en el IOR. No porque no quieran, o no quiera el IOR, sino porque no podrían aunque quisieran. Salvo que el prepósito general de los jesuitas se dedique al comercio de armas... que tampoco puede. Le falta potencia de fuego.  

Otra memez al uso: esta no es la primera vez que el IOR ha publicado sus cuentas. Lo cierto es que se publican cada año desde Juan Pablo II. Lo que sí ha hecho, por primera vez, para que no pueda dudarse de él, es someterse al protocolo de esos convenios, y representar sus cuentas como lo haría cualquier entidad financiera, con los folletos correspondientes. Y por cierto, no han sido malos resultados.

Y esto es... el escándalo IOR.

En mi opinión, el Vaticano no debería tener un banco. Se pierde así la posibilidad de rentabilizar sus ahorros pero eso no debe ser un problema para la Iglesia. Lo que tienen que hacer sus administradores es convertir cuanto antes la liquidez en patrimonio o en donaciones (construir una Iglesia, o ayudar a los pobres). Y si por el camino se deprecian sus siempre escasos fondos... pues qué le vamos a hacer: su reino no es de este mundo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com