Sr. Director:
En los ocho primeros meses de pontificado de Benedicto XVI han sido casi tres millones de personas las que han acudido a Roma para participar en algún encuentro con el Papa. La media de peregrinos es superior a la que se registraba con Juan Pablo II. Estas cifras no tienen en cuenta al más de millón de jóvenes que participó en la Jornada Mundial de la Juventud durante el mes de agosto en Colonia, ni las más de 200 mil personas con las que se encontró el 29 de mayo en Bari, durante su primer viaje a Italia.
Muchos afirmaban que el magnetismo de Juan Pablo II sobre todo con los jóvenes- se debía a sus dotes humanas excepcionales. Se oía comentar de tod es un actor, un encantador de masas, un Papa joven y atractivo, domina el escenario, ya veremos qué pasa cuando se muera. Ahora tenemos un Papa anciano 78 años cumplidos, que no ha sido actor, que no se desenvuelve con soltura por los estrados, tímido, bastante feucho ¡perdón!, y resulta que las cifras son más elevadas que con su predecesor. ¿Qué está ocurriendo?
El primer sorprendido con estas cifras es el propio Joaquín Navarro-Valls. El 29 de diciembre declaraba que «es necesario reflexionar sobre estas enormes masas de gente. Las audiencias generales otros años, en esta época, se celebraban en el Aula Pablo VI. Ahora no se pueden tener allí por las personas que asisten. Y el número que viene el domingo para rezar el Ángelus es verdaderamente sorprendente».
Quizá la respuesta es que ante la hipocresía social y la doblez frecuente en la escena pública, los hombres y mujeres del siglo XXI ven en el sucesor de Pedro sea quien sea un paladín en la defensa de la justicia y de la verdad, empeñado en la construcción de un mundo ordenado conforme a los principios de la moral y de la fe y, por lo tanto, un mundo mejor. Por eso seguimos a Benedicto XVI o al que sea, porque el mensaje de Cristo es el único que acalla los anhelos del corazón y, además, no cambia con los Papas: mejor garantía no hay.
Santiago Blanco Rico
sblancorico@yahoo.es