En la nueva entrega cinematográfica de El Hobbit ha aparecido una elfa que encima tontea con un enano -aunque, al parecer, de estirpe regia-. No una elfa señora y señorial sino una ejecutora de malos -orcos y cosas así-, tal y como corresponde a una elfa del siglo XXI.

Este es el problema, que Tolkien escribió El Señor de los Anillos en el siglo XX y que el productor de la película, Peter Jackson, que hasta ahora se había mantenido, más menos, en su función de adaptador del creador ha decidido que el genio era muy admirable pero que, sinceramente, él podía mejorarlo. Naturalmente, todo clásico trufado de originalidad modernista se convierte en una horterada, según el dicho popular, le sienta como "a un cristo dos pistolas".

Manipular a los clásicos es un signo de nuestro tiempo. Al parecer, los adaptadores necesitaban expresar su genio oculto -no el demostrado genio del adaptado- y su capacidad creativa, pero en lugar de hacer una obra de nuevo cuño, se aprovechan de la fuerza del clásico, silencian al genio que ha superado la oposición más dura -la del tiempo- y deciden que se puede mejorar.

Aficionado como soy al teatro clásico español, recuerdo que dejé de acudir cuando la Compañía Nacional de Teatro Clásico, justamente la oficial, la que debe tener por principal objetivo respetar al clásico. Como la liturgia la obra de arte adaptada no es innovación sino repetición solemne. Pues bien, dejé de ir a las representaciones de la Compañía Nacional cuando vi una adaptación de Lope de Vega en clave feminista. Al bueno de Lope le habían cambiado la historia y las trazas. No la narración, claro, porque la fusiladora que adaptó la obra era incapaz de tocarla sin mancillarla, pero sí el mensaje final convertido en una soflama feminista. En el proscenio creía ver el ectoplasma de Lope en ademán de arrearle un puntapié a la actriz principal, pero seguramente fue una visión falsa.

Menos grave es que al bueno de Shakespeare, Julio César, me le cambien la vestimenta. La indumentaria forma parte de la trama. Si no hay presupuesto para hacer las cosas bien optemos por no hacer nada, en lugar de hacerlo mal.

Pero el fondo es más importante que la forma. Mire usted, al clásico no le toque o se va a cargar usted el teatro, sin duda la forma histórica de representación más influyente en la historia del hombre y del pensamiento. Además, a alguno habría que recordarle que la originalidad no consiste en degradar al genio con pastiches. La originalidad tampoco consiste en ser distinto: consiste en ir al origen de las cosas… como su mismo nombre indica. Por eso son clásicos, porque fueron al origen, y conociendo las causas supieron exponer las consecuencias. 

Mirad, genios adaptadores: si queréis ser creativos, escribid vuestra propia historia: no estropeéis la obra de los demás para vivir de vuestra manipulación del genio.  

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com