No me gusta el 8-M porque fue, como todos los años, un aquelarre feminista, no porque haya sido el causante del coronavirus, que no lo fue.

El 8-M expandió algo peor que el virus, expandió estupideces y barbaridades a partes iguales pero la pandemia tuvo otras causas y otros repartidores, además del 8-M.

Y esto aunque el proceso judicial de la jueza Rodríguez-Medel sirva para la siempre deseable tarea de desgastar a un Gobierno Frankenstein como el de Pedro Sánchez.

Eso sí, comprendo que la insufrible desfachatez e impunidad con la que obra de continuo el Ejecutivo socio-podemita, ahora a través de la fiscal general del Estado y exministra de Justicia, Dolores Delgado -conocida en el cuerpo de fiscales como Lola la Loca- impulse a aplaudir a la jueza Rodríguez-Medel, e incluso acepto que el aquelarre nunca debió perpetrarse, pero en política vale todo menos la mentira. Y para tumbar a un Gobierno mentiroso, insisto, un empeño de lo más loable, no se puede utilizar la mentira.

Además, culpar al 8-M sería tanto como aplaudir el posterior confinamiento liberticida al que el Gobierno Sánchez sometió a los españoles o las mentiras empleadas por el Ejecutivo para mantener el liberticidio, mintiendo sobre el número real de muertos y asegurando que el estado de alarma ha sido un éxito, cuando ha sido todo un fracaso.

Un confinamiento menos drástico ha dado mejores resultados, no en uno, sino en todos los países comparables al nuestro que no han destrozado sus economías hasta el punto que lo ha hecho España.

Y lo peor, en dos meses de Covid España ha avanzado más hacia el bolivarianismo, la nueva forma de comunismo, que desde el 15-M de 2011, es fecha fatídica donde nació el neocomunismo, del que nació Pablo Iglesias y que limitó aún más las ya recortadas entendederas de don Pedro Sánchez.

Esto es lo grave: en dos meses de coronavirus, el neo-comunismo ha avanzado más que en 9 años de populismo podemita.

Y es entonces cuando la razón se tambalea en su trono.