Los políticos españoles tienen tanta aversión a dimitir que los padres de la Constitución se olvidaron de dejar claro el mecanismo de sustitución del presidente del Gobierno, en el caso de que éste dimitiera.

Tranquilos, no es que vaya a suceder claro está, la carta de la ciudadanía, yo y el pueblo, del presidente del Gobierno no es más que un nuevo vodevil del personaje Pedro Sánchez, que es ante todo, un ególatra.

Su concentración en sí mismo y en su personita es de tal calibre que ha sentido el deber de comunicarnos a todos, y a todas, que se va a tomar cinco días para reflexionar si nos deja solitos o no. Unos ejercicios espirituales poco ignacianos, porque Sánchez sólo se adora a sí mismo, pero él supone, en su vanidad excelsa, que España le necesita y que todos los españoles de bien, todos progresistas, naturalmente, tiemblan ante la posibilidad de su marcha.

La verdad es que los únicos que tiemblan ante su supuesta dimisión son aquéllos cuyo puesto, cargo y sueldo, depende de la permanencia de Sánchez en La Moncloa. Bueno, y todos los enemigos de España: comunistas y separatistas, principalmente, que saben que con ningún otro presidente conseguirán ni la mitad de lo que han logrado con Sánchez.

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De cualquier forma, su amago de dimisión nos permite aprender mucho. Primero, España es el país donde ningún político dimite. Dimitir, en efecto, es, en la clase política española, un vocablo ruso. Y el que dimite es porque ya ha perdido el partido. Es decir, sólo dimite aquel que previamente ya ha sido dimitido por el pueblo. Ejemplo: Pablo Iglesias.[

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Otrosí: también hemos ratificado que Pedro Sánchez es un ególatra pero, además, melodramático. Para él no existe la discrepancia honrada. Si alguien le critica es por razones espurias, quizás porque se trata de un ultra fascistoide.

Y no se engañen: más que la denuncia a su esposa, le deprimen los abucheos en la calle: no puede entenderlos. En el nutrido equipo de asesores de imagen de La Moncloa, la principal preocupación ante el ansia de Sànchez por lucir palmito ante las cámaras era que surgiera un asturiano con aquello de "por siete votos tienes el culo roto" o un alcalaíno le tildara de sinvergüenza en los Premios Cervantes, mientras la concurrencia aplaudía al Rey Felipe VI (tampoco entiendo muy bien lo de este último).

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Por lo demás, su amago de dimisión es de guasa. Las dimisiones no se piensan, se ejecutan: que haga las maletas, se marche de Moncloa y, al igual que ocurrió en Portugal, entre en escena el jefe del Estado y decida si vamos a elecciones o encarga a otro la formación de Gobierno.

En cualquier caso, como decíamos ayer: a que no dimite. Lo que ha lanzado Sánchez es un órdago a los suyos: mirad que, si yo me voy, os quedáis sin sueldo y sin sillón. Porque, recuerden, con él caería todo el Gobierno y Marisu no sería presidenta. Naturalmente todos han salido a jalearle: ¡Pedro, no te vayas, por favor, sigue enamoradísimo de tu señora pero no te marches, te necesitamos! Y es que la 'carta a la ciudadanía' no tiene desperdicio, oiga usted. Hay que leerla enterita y sujetarse los ijares para no sufrir convulsiones de risa. Esto del amor a Begoña, esta muy bien, señor presidente, en serio, pero no es materia para contárselo a los ciudadanos en una carta abierta. Lo mejor es que se lo cuente en privado a Begoña, a ella solita, en la intimidad.

Las dimisiones no se piensan, se ejecutan: que haga las maletas, se marche de Moncloa y, al igual que ocurrió en Portugal, entre en escena el jefe del Estado y decida si vamos a elecciones o encarga a otro la formación de Gobierno

En resumen, la dichosa 'carta a la ciudadania' de ayer no ha sido otra cosa que un autogolpe de Estado, no violento, por supuesto, pero autogolpe, de un Sánchez acorralado, no por al estafermo de Núñez Feijóo, no por el caos en el que se ha convertido Vox, no por los católicos que no le hacemos frente al presidente más critófobo de la democracia española... sino porque sus poses, ese mundo paralelo, propio de Matrix, que ha creado el Sanchismo ya no cuela. No es que sea ni bueno ni malo, es que no es. Su feminismo, su ideología de género, su trashumanismo woke, sus barbaridades transexuales, su eutanasia, su esclavizante medioambientalismo, su guerracivilismo, su espíritu profanador, su elección de la igualdad por encima de la libertad, su economía empobrecedora y encima presentada como un milagro económico, la España de vagos que está conformando el Sanchismo... ya no cuela. Son parámetros que tanto a expertos como a profanos les sabe a impostura.

Por eso necesitaba un autogolpe de imagen, para reactivar su figura y mantener el apoyo electoral de los poco informados.

Ahora sería el momento de que tanto el jefe de la oposición como el jefe del Estado supieran estar a la altura. El presidente del Gobierno les ha lanzado un guante: recójanlo. Es su momento.