Sr. Director:
Recuerdo que las niñas en el pueblo corríamos a besarle la mano al sacerdote y le decíamos: “señor cura, me dé una estampa”. ¿Tenía sentido ese beso? Yo ni lo sabía ni lo preguntaba. Hoy, creo que sí tenía sentido, y mucho. Se trataba de un beso en la mano por lo que esa mano representa: el sacerdote es “alter Christi”, y tiene las manos ungidas por el sagrado crisma, que simboliza la gracia del Espíritu Santo ( se trata de un ungüento aromático perfumado que significa” «el olor de Cristo»). Evoco estas palabras de Monseñor Mario Iceta a sus sacerdotes en la misa crismal ( Burgos. 31-3-2024):
«Mírate las manos. Son manos consagradas, manos ungidas por el Señor para sanar, para acariciar ancianos y consolar enfermos, para bendecir familias, para bendecir trabajos, el campo..., para acompañar y consolar a quien ha perdido su trabajo, para estar junto a los pobres, para servir a los demás con la ternura del Señor. Nuestras manos son más valiosas que las de cualquier pianista del mundo. Son manos ungidas por el Señor con el santo crisma, con el Espíritu ...». Lo más importante: las manos del sacerdote confeccionan la Eucaristía y se elevan para perdonar los pecados en nombre de Dios, por el poder que Cristo les dio, y sólo a ellos ( ni los ángeles lo tienen). Los obispos y presbíteros son, ante todo, portadores de los regalos más sublimes del Señor: el sacramento de la misericordia, y el de la Eucaristía: su cuerpo y su sangre para alimento de nuestra alma y, tantas veces también, del cuerpo ( “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”). ¡Qué grande y sublime es la vocación sacerdotal!
Creo importante tener en cuenta estas realidades cuando la figura del sacerdote se ha puesto en la picota para provocar desprecio y desconfianza hacia su persona. Es injusto y no lo excusa el abuso a menores que haya podido haber. Se trata de casos desgraciados existentes unos y amañados otros; pero no se debe generalizar. Se busca denigrar a los sacerdotes creando un escándalo inasumible por la cantidad: se cuentan casos desde hace cuarenta y más años, muchos ni siquiera comprobados ni comprobables; al mismo tiempo, representantes del gobierno rechazan analizar y contabilizar los realizados por funcionarios y otros empleados suyos, porque no está dispuesto a hacerse cargo. ¿No está claro? ¿Acaso lo que se busca no es crear rechazo a la Iglesia, única institución firme en la defensa de la verdad y el bien (familia, vida, educación en valores positivos...), lejos de ideologías ciegas y perversas que se imponen ahora en la sociedad?