La tendencia actual consiste en convertir al cristianismo en delito y a los cristianos en delincuentes. No es broma y, como ya hemos informado, Naciones Unidas lleva la voz cantante en la campaña. Vamos, que la blasfemia y el escarnio se han convertido en la pieza esencial del progresismo actual.

Decíamos ayer y, continúa siendo cierto a día de hoy: en Moncloa han descubierto que la profanación, la blasfemia y cualquier menosprecio a los católicos, resulta rentable ante las urnas.

En nuestro país se ha creado una tendencia, que convierte la radicalidad más aviesa en saludable moderación y, los principios cristianos, en ultras. Todo ello, aderezado con el añadido de la tendencia, habitual en toda Europa, hacia la blasfemia contra el Espíritu Santo, la suprema inversión que supone convertir valores en antivalores y principios en aberraciones. Así, por ejemplo: ya no se promete la despenalización de la eutanasia, sino su conversión en derecho. Al final, se trata de convertir al cristianismo en delito y a los católicos en delincuentes.

En estas circunstancias, ¿a quién puede votar un católico? Es cierto que tenemos cuatro partidos políticamente correctos (PSOE, PP, Ciudadanos y Podemos) y uno distinto, llamado Vox, que, al menos, propone algo original y que recoge el hastío de muchos con… lo políticamente correcto

Hemos convertido la radicalidad más aviesa en saludable moderación y los principios cristianos en ultras

De hecho, para un católico que quiera votar en conciencia y con coherencia, no puede hacerlo ni a PSOE, ni a PP, ni a Ciudadanos, ni a Podemos. Los cuatro vulneran los principios no negociables para un católico en política, tanto en calidad de elector como de elegido. Estos son: vida, familia, libertad de enseñanza y bien común.

Luego está Vox, que se sale de lo políticamente correcto. Ahora bien, para que un católico puede votarle, deberá aclarar algunos puntos de su defensa de la vida, desde la concepción a la muerte natural. Porque claro, bien está que tales palabras figuren en un programa, pero mal está que, en cuanto le preguntan por ello, Abascal cambie de tema o asegure que jamás encarcelaría a una mujer que abortara después de una violación. O los fichajes para satisfacer al lobby gay.

Y si no le convence Vox, el católico tendrá que ofrecer su voto a partidos friqui o bien votar en blanco.