Este 2020 será el año del coronavirus pero, sobre todo, el año en que se visibilizó la impotencia de una clase política -en todo el mundo- para entender, no ya lo que pasa en la economía sino lo que pasa en el mundo.

Reunión telemática del G-20, los presuntos países más poderosos del mundo, coordinados por un peligroso personaje llamada Ben Salman, hombre fuerte de Arabia. Pues bien, tan poderosos personajes han acordado una idea originalísima: inyectar (menos mal que no han utilizado el término ‘movilizar’ como Pedro Sánchez) 4,5 billones de euros (más de cuatro veces el PIB español) en la economía mundial para reflotar la economía diezmada por el virus.

La bolsa se recupera pero olvida los fundamentales

De inmediato Wall Street repuntó, no tanto Europa. La bolsa española cerró con una subida del 1,31% y el IBEX superó los 7.000. Ahora bien, lo que preocupa en el mercado bursátil es eso que llaman volatilidad… y que no es más que un eufemismo que esconde algo mucho más grave: que los fundamentales de una empresa dejan de tener valor. Los valores cotizan según avanza el virus y según las decisiones de política económica afectan a un sector, cuando no a un mercado entero.

Ahora bien, la decisión del G-20 no es más que un acuerdo entre caballeros (¡Ay madre!) para que cada uno de los miembros haga lo que pueda y elija medias fiscales -por ejemplo bajar los impuestos y bajar el gasto público- o monetarias o… créditos, que sólo sirven a quien no está arruinado por el Covid.

En definitiva, una declaración de intenciones y poco más.

En paralelo, los sindicatos españoles advierten que ya hay un millón de despidos, aunque todo depende de cómo se hagan las cuentas. Porque si cuentas los ertes, las cifras del diario El País elevan esa cantidad hasta los 1,5 millones de puestos de trabajos perdidos, temporal o definitivamente.