En circunstancias normales, todo lo que está ocurriendo con el coronavirus, desde su mismo origen, así como con las vacunas, provocaría regocijantes carcajadas.

En Wuham, origen del virus un año después, han parecido los técnicos de la OMS para investigar el origen del virus. En aquella ciudad las discotecas están abiertas y no hay limitación alguna a la movilidad.

Repetimos: un año ha tardado el tirano Xi Jinping en aceptar a los técnicos de la OMS, el mismo organismo que desde el primer día, ha puesto todo el empeño en proteger a China, el Gobierno que inclino la balanza para que Tedros Adhanom se convirtiera en el director general de la institución.

Se espera con ansia el resultado de las investigaciones.

Al mismo tiempo, la multinacional británica del medicamento, AstraZeneca se ha convertido en una astracanada. No cumple los plazos de entrega a Europa porque ya no son europeos, aparecen extraños paquetes-bomba que justifican la parada de producción y ahora nos enteramos de que sólo sirve para menores de 65 años (a Joe Biden no le sirve).

Eso, por no hablar de que el rumor en Bruselas, como ya hemos informado, es la posibilidad de que ante el negocio del siglo, se haya dado el caso de funcionarios de la UE que hayan recibido sobornos.   

No hay vacunas y crece la desconfianza sobre las vacunas admitidas en el mercado.