¿Cómo saber si lo que ve es cierto?

¿Cómo saber si mis razonamientos son ciertos?

¿Cómo saber si mis sentimientos son ciertos?

¿Y mis intuiciones?

¿Y mis sueños?

¿Cómo saber si hay algo cierto?

Pues bien, Sor Lucía de Jesús, la última vidente de Fátima, fallecida el pasado domingo 13 de febrero, afirmaba que quien posee una revelación no duda. No duda de la certeza de esa revelación, de su contenido. Y no podemos desechar su testimonio que está someramente avalado por la experiencia. Las revelaciones poseen esa singularidad: nunca provocan dudas (no hablo del iluminado, el iluminado es aquel que no siente dudas ni sobre la revelación ni sobre ninguna otra cosa, de la misma manera que loco no es el que ha perdido la razón sino al que sólo le queda la razón).

Las revelaciones divinas (no sólo las que se ven, sino también las que se oyen o se perciben) resultan más ciertas que la mismísima evidencia, de lo que debemos deducir que la oración, escenario ordinario de la revelación, no es un método más de conocimiento sino el único método de conocimiento. Porque conocer no es ni descubrir ni concluir, sino superar la duda y alcanzar la certeza. Sólo los tontos ensalzan la duda. Los inteligentes se quedan con la certeza.

La revelación constituye, así, la clave del siglo XXI, una humanidad que, por haber sido forjada en la Ilustración, sólo anhela aquello que no posee: Certeza. Sí, hablo de oración, porque la oración no es que el hombre hable a Dios, sino que Dios responda al hombre. Y Dios responde siempre que se le habla y siempre que se le escucha. Cuando le habla Sor Lucía y cuando lo hace el barrendero.

Yo estuve en el Carmelo de Coimbra, dos años atrás, un convento carmelitano. A fin de cuentas, las órdenes dedicadas a la Virgen son las que, en medio de la  pavorosa crisis eclesial del último cuarto de siglo, permanecieron más fieles a la Iglesia. Allí estaba Sor Lucía que, apenas bajaba a la misa conventual, abierta a los fieles. Aquella analfabeta que a la edad de 11 años vio a Santa María apenas salía de sus habitaciones, pero fue la depositaria de secretos inaccesibles para los sabios. No sólo los secretos de Fátima, sino también los secretos de hablar con Dios, de la misma forma que el famoso párroco don Camilo, del gran Guareschi, hablaba con el Cristo del Altar mayor de la iglesia de su pueblo : uno habla y el otro responde. Con certeza. Ese preciado tesoro buscado por todos los sabios del mundo para conjurar aquello que más temen: el insoportable vértigo de la duda.

La niña a la que el Cielo mantuvo durante casi 98 años en vida para ser testigo del mundo moderno murió el pasado domingo 13. Algún día tenía que morir, pero para muchos la muerte de Sor Lucía de la Certeza significa esto : el signo de los tiempos no cambia, pero podría precipitarse.

Eulogio López