Grandes alharacas mediáticas hubo con la parroquia madrileña de San Carlos Borromeo cuando los tres curas enormemente progresistas decidieron romper hostilidades televisadas frente al cardenal-arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela. En defensa de su muy particular liturgia, que pasaba por consagrar bizcochos caseros y vino ‘Chateau Savin'. Aunque hay que reconocer que no cualquier bizcocho, sino el bizcocho realizado con la proletarias y beatíficas -seguramente una reiteración- manos de la mamá de un santo yonqui -yonqui, no yogui-, aunque también de eso había en la parroquia progre.

Los más reconocidos intelectuales de España, como ‘el Gran Wyoming', y los políticos más progresistas y solidarios, como el ex ministro de Defensa de ZP, José Bono -cuyo proceso de beatificación no se ha iniciado porque aún no ha fallecido- se solidarizaron con los tres presbíteros, fieles representantes de la Iglesia de base, que, como es sabido, es la única verdadera.

Sin embargo, resulta que ahora el cardenal les ha convencido para lo que siempre les propuso: si no queréis ser sacerdotes, podéis crear una ONG: os cedemos los locales de la parroquia, y de esta forma nos evitamos blasfemias. Bueno, la solución final me temo que consiste en un punto intermedio en el que Rouco abraza a la oveja perdida mientras intenta esquivar que el rebaño le muerda la yugular. La imagen era la del entonces cardenal Joseph Ratzinger, cuando hablaba del buen pastor que, solícito, devolvía a la ovejita al aprisco, mientras la susodicha le lanzaba unos muerdos asesinos y gritaba: ¡Libertad! O bien: "Tengo derecho a mantener lo mío con el lobo". (Estas dos últimas apreciaciones son personales, nada que ver con la imagen de Benedicto XVI).  

Y miren por dónde, la prensa, que dedicara tantas páginas a la sedición han ocultado el armisticio.   

Y todo esto es bello e instructivo, porque me ofrece, con pruebas fehacientes, la respuesta a un enigma que me llevaba torturando desde tiempo atrás. A saber: ¿Por qué a mí, al Eulogio, todavía no me han hecho obispo ni, al parecer, nadie me ha postulado en el Vaticano para el cargo? Ahora lo entiendo todo. Y es que, si yo fuera obispo, en lugar del abrazo fraternal de monseñor Rouco les hubiera arreado a don Enrique de Castro, al padre Javier Abad y a Mosén Díez, un puntapié en sus clericales y progres traseros.

Ahora entiendo porque no me han hecho obispo, ni tan siquiera diácono: hay que ser muy santo. Reaccionario, por supuesto, pero santo.

¡Ah! Al Gran Woming y a Pepe Bono ya no les interesa nada San Carlos Borromeo.

Eulogio López

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