Wal-Mart, la primera empresa norteamericana- de distribución del mundo anuncia que creará 150.000 puestos de China, introduciendo, de paso, en el gigante asiático, a las grandes superficies. ¡Qué bueno! La maravillosa globalización, China creciendo a tasas del 8%, el nuevo mundo que va ganando en libertad económica (y en ninguna otra), la apertura de fronteras hacia un mundo nuevo regido por los principios de mercado. Todo esto es realmente hermoso.

La verdad es que Wal-Mart, como todas las empresas que se instalan en China, lo único que pretende es colaborar en la explotación laboral de los países del Tercer Mundo. Si consideramos que el salario medio en China es de 100 dólares mensuales (en España, el salario mínimo es de 540 euros brutos mensuales, el mínimo, no el medio, que anda por los 1.700 euros, siempre en términos brutos) es fácil saber lo que mueve a Wal-Mart y a cualquier otra empresa a trasladarse a China: ¿Un gran mercado? No, unos salarios de miseria.

De hecho, toda la economía mundial ha dejado de guiarse por la innovación tecnológica, la calidad en el servicio y los canales de distribución que constituía los tres elementos calve de la economía mundial. Ahora, la competitividad se guía por la reducción de costes, especialmente de salarios, dando lugar a dos tumores malignos del siglo XXI: la subcontratación y la deslocalización, cuya raíz y objeto son idénticos: mantener las diferencias de riqueza, tantas veces insultantes, en el planeta. Se compite por salarios, que no deja de ser una perversión económica de la misma forma que la pederastia es una perversión sexual.

Siempre hay almas cándidas que manifiestan que cobrar 100 dólares es mejor que morirse de hambre, que para el habitante de la China interior, 100 dólares significa la diferencia entre la vida y la muerte. Los hechos desmienten la tesis, porque los chinos que pretenden mejorar su nivel de vida lo que hacen es huir a Occidente, aunque tengan que hacerlo de la mano de las mafias. Pero eso parece un triste consuelo. A fin de cuentas, la globalización consiste en competir en igualdad de condiciones sin trabas administrativas, -algo en principio bueno- no en competir porque en la India, China, India, Indonesia o Paquistán se especialicen con salarios de miseria para que luego los occidentales podamos comprar el producto a más bajo precio. Eso no es innovar ni competir: eso es mucha cara y mucha explotación.

Por tanto, el caso Wal-Mart, uno más, sigue pautando a la verdad siempre olvidada: si se quiere un mundo global, el principal objetivo, por ejemplo en la OCDE, es un salario mínimo a nivel internacional, unas condiciones mínimas de trabajo y del trabajador. El salario mínimo no homologa retribuciones de un plumazo pero sí marca la base a partir de la cual se puede cobrar más, nunca menos. Y esto no significa homologar todos los salarios, sino poner unas bases mínimas de subsistencia. Por otra parte, no estoy inventando la pólvora: la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ya posee esas condiciones mínimas, sólo que nadie las cumple ni se concretan en un salario mínimo global.

Porque lo que es absurdo es que las empresas europeas por decir algo- se instalen en China para pagar menos y luego Europa imponga aranceles a los productos chinos porque producen más barato y hay que detenerlos por las bravas.

Y aquel país que no acepta pagar el salario mínimo internacional, pues que no participe del libre comercio, que sea expulsado de la OMC. En el fondo, el asunto es muy sencillo.

Eulogio López