No tenía la menor intención de escribir acerca de la concejala de Los Yébenes, de cuyo nombre prefiero no acordarme, pero las antológicas declaraciones del diputado socialista Eduardo Madina: "Basta ya de la España de Bernarda Alba", que no aportan la musicalidad de don Federico, ese gran poeta de mente sucia, me han animado a ello.

Madina, príncipe, una cosa es respetar la vida privada y otra bien distinta es establecer un Muro de Berlín entre una y otra, porque esas dos vidas -la privada y pública- habitan en una sola persona, en este caso en una concejala.

Y esto por lo que dicen los norteamericanos cuando un inquilino de la Casa Blanca protagoniza un escándalo sexual: sí, si me importa su depravación sexual, porque a quien no sabe controlar su bragueta yo no le doy el control del botón nuclear.

La concejala de autos no controla el botón nuclear porque en Los Yébenes no hay misiles pero es esposa, madre, maestra y concejala. Su edificante vídeo no puede exhibirse como modelo de ninguno de esos roles, así que tengo mis dudas sobre su capacidad de control de, pongamos por caso, el presupuesto  municipal.

En resumen, político es un hombre público, por tanto, debe dar ejemplo de vida privada.

Pero hay algo mucho más grave. Lo de Los Yébenes representa una crisis más grave que la financiera: la crisis de la feminidad. Todo este lío nació de un un vídeo grabado por la propia protagonista. Es decir, que quien ha irrumpido en su privacidad no son los demás, es ella misma, que se ha grabado en cueros y protagonizado una sesión pornográfica. Se queja su abogada del "circo mediático" creado alrededor del asunto. Pero, señora, si lo propio de la actual sociedad mediática actual es el vídeo que se autograbó su defendida. E intimidad no sólo supone no emitirlo por Internet sino el hecho inicial de grabar lo que no debe ser grabado porque no precisa constancia documental. Por ejemplo, tu propia vida sexual.

Luego vienen las contradicciones habituales. ¡Qué extraña red urdimos cuando por primera vez mentimos! Los defensores de la concejala no defienden su privacidad, lo que defienden es el contenido del vídeo en sí mismo. Pero si lo que hacía –por ejemplo, masturbarse- es tan bueno, una libre opción sexual: ¿por qué dimitir?  

Era un vídeo dirigido a su esposo aseguró. No parece que sea la mejor forma de tratar sexualmente a un cónyuge pero, al parecer, resulta que tampoco era el destinatario. La fidelidad matrimonial del político es mirada con lupa por los electores. ¿Por qué? Pues porque si eres infiel a tu esposo, ¿por qué no vas a serlo a tu electorado?

Madina, prenda: esta no es la España de Bernarda Alba es la España del inspector Torrente. Así que lo de menos es que la interesada dimita o permanezca en su cargo. Lo más es lo que este episodio chusco e indecente –sí indecente- representa: una crisis tremenda, la crisis de la feminidad, con mujeres desamoradas, incapaces de entregarse, que confunden servicio con sumisión e independencia con indecencia. Por desamoradas se vuelven degeneradas y empiezan a traficar con su intimidad con la única contraprestación de su propia vanidad. Y naturalmente, con tanta mujeres degeneradas tenía que llegar la meta final: la neurosis, el desquiciamiento.

En efecto, la mujer de hoy –lo digo con todo el dolor del mundo-, es una mujer incapaz de amar; por desamorada, degenerada; por degenerada, desquiciada.

Y seguro que no necesito añadir que, si la mujer degenera, es la sociedad entera la que degenera. El elemento principal del cuerpo social no es el varón, es la mujer.

Es lógico que se censure el vídeo y que se persiga a quienes lo expanden. Lo que no es lógico es convertir a la concejala de Los Yébenes en un modelo de conducta: no lo es.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com