El Gobierno anuncia la expulsión inmediata de los ilegales. El Partido Popular, por contra, acusa al Gobierno de realizar demagogia con los inmigrantes. En el entretanto, Juan Español recibe un curso acelerado sobre las costas de Marruecos y Mauritania, mientras se le anuncia que 2.000 subsaharianos se agolpan en Melilla a la hora de ser repatriados. Además de este cursillo, el master en derecho internacional, porque resulta que Mauritania sólo admite repatriar a los naturales de Senegal y Malí, por lo que los inmigrantes, periodistas aficionados a los que no se les escapa una, responden a las autoridades sobre migración que su origen es, pongamos, Tanzania o la República Democrática del Congo.

Es verdad, como acusa el PP, que el Gobierno Zapatero ha provocado un efecto llamada con sus regularizaciones, pero también es cierto que ha abierto las fronteras más que el Gobierno Aznar a quienes huyen de la miseria.

El problema consiste en convencer a la gente de que ningún aluvión de inmigrantes va a destrozar España. De eso, ya nos encargamos los españoles día a día. Los inmigrantes, por contra, lo único que hacen es aceptar los empleos que el español desprecia, aumentar el consumo, verdadero punta de lanza de nuestra economía, rejuvenecer nuestra talludita sociedad y rellenar los huecos improductivos de nuestro Estado del Bienestar especialmente la escuela. Y en el futuro, sostendrán la Seguridad Social de los españoles y de toda Europa.

La única política migratoria es la que el PP no practicó nunca y el PSOE de forma cicatera: las fronteras abiertas. Política que no significa falta de firmeza con la vagancia, el gamberrismo o el desprecio por los naturales y las costumbres del país de acogida. La acogida hay que ganársela. Los delitos deben pagarse con la expulsión.

Pero el miedo a los inmigrantes, con la consiguiente xenofobia, es un miedo telúrico, informe, un tanto irracional. Es el miedo a otorgar hospitalidad a alguien que viene con unas ideas una cultura, que le dicen- mientras su anfitrión no tiene ninguna con la que contrastar, por la sencilla razón de que Europa ha despreciado su cultura, su tradición y su idiosincrasia, que no es otra que el Cristianismo.

El Gobierno español de Rodríguez Zapatero constituye una buena muestra de ello. La vicevogue, Teresa Fernández de la Vega, repite cuando se le pregunta, y en ocasiones también cuando no se le pregunta- que ninguna cultura es superior a otra, y que lo único que importa es que todas ellas practiquen la tolerancia con los demás. Sólo que la tolerancia no es una virtud, sólo un instrumento necesario para evitar que la discrepancia acabe en violencia, de la misma forma que la libertad tampoco es un valor, sólo el instrumento imprescindible, para una convivencia civilizada

Con ese bagaje es predecible saber lo que ocurrirá con, por ejemplo, el choque entre el mundo islámico y el Occidente cristiano. La solución no está ni en la actitud del PSOE ni en la del PP, sino en unas fronteras abiertas al inmigrante y una exigencia de integración en la sociedad en la que conviven. Ahora bien, ¿Cuál es la cultura occidental si los propios occidentales desprecian los valores cristianos? Pues, por ejemplo, la holandesa. En las embajadas de los Países Bajos se está haciendo una especie de examen a aquellos que quieren vivir en Europa. Unas preguntas sobre la historia de Holanda, sobre su idioma, su sistema de Gobierno y su actualidad. Pero luego viene lo importante, la cosa de los valores, lo fetén, lo que puede provocar roces en la convivencia diaria, porque nada hay más popular que la filosofía y la moral. Pues bien, qué valores considera la Administración holandesa que son típicos de uno de los países más ricos de la Unión Europea. Está clarísimo : El matrimonio gay y el top less. A los aspirantes a residente en los Países Bajos se les enseña un vídeo donde aparecen dos efebos en pleno beso a tornillo tras perpetrar homomonio ante el juez de turno, aderezado de imágenes de bañistas en taparrabos, dispuestas a mostrarle al mundo todo su poderío, o su poquedad, glandular. Si el opositando tuerce el gesto, o si no mantiene una actitud digna, propia de un snob, de decorosa es un decir- indeferencia, lo tiene crudo.

Es decir, que ya tenemos la definición de la cultura occidental contemporánea: sodomitas que matrimonian y mujeres ligeras de cascos que enseñan sus catalinas a los mirones adyacentes. En este punto, he de rectificar y reconocer que la señora De la Vega tiene toda la razón: si esta es la cultura occidental, ninguna cultura vale un pimiento y no merece romperse la crisma por ninguna. Es falso y, además, el ser humano seguirá batallando por aquello que considera merece la pena batallar, pero si hablamos de valores holandeses, Occidente está llamado a ser conquistado.

Eulogio López