Tampoco un Gobierno democrático puede decidir sobre la vida de un hombre. La única forma admisible de defensa es la legítima defensa. Por eso, Ariel Sharon no tenía derecho a matar (en este caso, a asesinar) ni a alguien tan salvaje y miserable como el jeque Ahmed Yasín, líder espiritual de Hamas. Y en verdad que era espiritual, porque tan espiritual es el amor como el odio, y porque es siempre el más espiritual quien controla y domina a las personas más "materiales", aunque no siempre para bien.

Israel es la única democracia de Oriente Medio, pero eso no le da derecho a matar, si no es en legítima defensa. Yasin animaba a los jóvenes terroristas suicidas y es responsable de sus inmolaciones y de las muertes de sus víctimas, pero eso, insisto, no le da derecho a Israel a matarlo (y con él a quienes le rodeaban), a la moderna, es decir, desde el aire, sin mirar a la cara a la víctima.

Si deseaban que dejara de incitar al asesinato en su doble versión, homicidio y suicidio, el Ejército y la policía israelí debió detenerle, juzgarle y condenarle. ¿Qué eso es más difícil que lanzarle un misil desde un helicóptero? Ya lo sé, pero nadie ha dicho que la mejor opción siempre sea la más cómoda. Ética y comodidad no tienen por qué ir unidas. Suelen ser buenas compañeras, pero no tienen por qué transitar por el mismo camino. Sólo cuando moral y placer no coincidan nunca, cabe sospechar de que es la moral quien anda errada. Pero sólo entonces.

Además, si Israel quiere elevarse por encima de la catadura moral de señores como Yasin, su objetivo debe ser convencer y no vencer. Igualmente, este es un método más difícil, pero nadie ha dicho que las soluciones más simples sean las mejores. De hecho, no suelen serlo nunca.

Por todo ello, la Santa Sede ha condenado el asesinato del fundador de Hamas. El portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro-Valls, recordaba que "la paz auténtica y duradera no puede ser fruto de una mera ostentación de fuerza. Es, sobre todo, el fruto de una acción moral y jurídica". En la nota vaticana se recuerdan palabras recientes de Juan Pablo II ante el Cuerpo diplomático destacado en Roma: "La opción por las armas, el recurso por una parte al terrorismo y por otra a las represalias, la humillación del adversario, la propaganda del odio, no llevan a ninguna parte... Sólo el respeto de las legítimas aspiraciones de unos y otros, el regreso a la mesa de la negociación y el compromiso concreto de la comunidad internacional pueden llevar a un inicio de solución".

Las grandes potencias deberían escuchar a Juan Pablo II, más que nada porque sus predicciones en materia de terrorismo tienden a cumplirse. Por ejemplo, advirtió reiteradamente contra las consecuencias de la invasión de Iraq, que ya las estamos viviendo.

Por lo menos, y ante la previsible escalada de venganzas que nos espera, cabe concluir tres principios éticos de este comienzo del siglo XXI, que podríamos resumir así:

1. No matar moscas a cañonazos. Invadir un país, o cincuenta países, no es la mejor forma de luchar contra los terroristas. Contra terroristas, información y policía, no ejércitos. Este principio está especialmente dedicado a George Bush.

2. No ponerse a la altura de los terroristas, porque los asesinatos selectivos son pocos selectivos. Al terrorista se le anula encarcelándole, no matándole y matando a quienes le rodean. El asesinato selectivo es inmoral. Este principio está especialmente destinado a Ariel Sharon.

3. (Y más importante). Si el terrorismo es fruto de la desesperación, no disculpa al terrorista, pero sí indica que el camino no es responder a la violencia con violencia, sino ofrecerle al terrorista una solución a sus problemas que, en el peor de los casos, deje sin argumentos, excusas o coartadas a los que persisten por la vía de la violencia. Este es un principio especialmente dedicado a todo Occidente, que cree que puede mantener un sistema económico injusto, y que considera que, tras perpetuar la miseria, puede contener la violencia. No podrá. El terrorismo suicida es la viva imagen, horrible imagen, de la desesperación. Esto no justifica al fanático, pero indica la solución, que no es otra que la marcada por el Papa.

Lo que necesita este mundo no es un nuevo orden internacional, sino un nuevo orden moral. Para ser más exactos, el viejo orden moral de siempre, que exhibe en su frontis un marmóreo e impactante "No matarás".

                                                                                   Eulogio López