Lo que realmente ha asombrado a la humanidad no es que el Katrina haya destruido un rosario de ciudades y que los peores instintos del ser humano hayan salido de las tumbas. No, lo que realmente nos ha dejado patidifusos es que haya sucedido en Estados Unidos. El mismo Katrina en Hispanoamérica, en el Sureste Asiático, en África, en Liberia, no hubiera interrumpido nuestro almuerzo, pero en Estados Unidos nos resulta más bien inconcebible.

Desde que cometiera el ligero error de abandonar la confianza en la Providencia divina, y visto que lo del destino no daba para mucho (el postulado más serio que conozco sobre la fuerza del destino sigue siendo el viejo adagio mesetario : Es el destino, el que nace lechón, muere cochino), la humanidad sustituyó a Dios por el Estado, y esto tanto en esquemas socialistas como en liberales. El mundo se llenó de prevenciones y previsiones, Estados del bienestar, prestaciones públicos, seguros y reaseguros, protecciones civiles, guardias nacionales, institutos de planificación, y ora tontunas. Pues bien, en el Estado más avanzado del mundo, el huracán Katrina se ha encargado de acabar con todo esperan en el Estado. Los diques no aguantaron, y la atención a los heridos no ha sido mala y tardía porque George Bush no haya estado a la altura: es que ninguna administración, ninguna sociedad, hubiera estado a la altura. Vuelve a repetirse aquí lo que contaba el viejo Giovanni Guareschi: hasta que el Padre Eterno se enfada, mueve una diezmillonésima parte la falange de su dedo meñique, y hay que volver a empezar.

Eulogio López