Últimamente se oye hablar mucho de pacifismo. El Presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, ha inventado lo que, según su portavoz parlamentario, Diego López Garrido, constituye una idea fundamental de la política internacional actual, esto es, la Alianza de Civilizaciones, enfrentada a quienes enarbolan una guerra de civilizaciones y religiones. Es decir, que el Gobierno español sería pacifista, mientras que otros, por ejemplo, los de las fotos de las Azores, nos llevan a las guerras de religión.

Dice López Garrido que son muchos los que se han sumado al invento de ZP. Tiene razón. Él mismo cita al secretario general de las Naciones Unidas y a Turquía, aunque el entusiasmo de los turcos pueda resultar sospechoso. Pero es cierto : se diría que Europa se nos ha vuelto pacifista, y quiere convivir con musulmanes, budistas, neopaganos indigenistas y con todos aquellos que acepten el dogma de que sólo hay un mal insuperable: la guerra.

Durante el reciente Debate sobre el Estado de la Nación, el concepto de pacifismo revoloteó alrededor, no sólo de la política exterior española tras los atentados del 11-M, sino también acerca del actual proceso de paz en el País Vasco. Pues bien, acabo de leer una obra estupenda, divertida, casi emocionante, titulada Históricamente incorrecto, obra del escritor y periodista francés Jean Sévilla, que aborda un precedente harto interesante. De entrada, el autor suelta lo siguiente: El pacífico ama la paz, pero está dispuesto a ir a la guerra para preservar su libertad y su dignidad. El pacifista ama la paz por encima de todas las cosas y se muestra dispuesto a todo con tal de evitar la guerra.

El autor analiza la Francia de entreguerras, previa al gran desastre bélico de la II Guerra Mundial. Es el momento en el que Hitler comienza su ascensión al poder supremo : En septiembre de 1930, en las elecciones al Reichstag, los nacionalsocialistas pasan de 12 a 107 escaños. En abril de 1932, Hitler fracasa ante Hindenburg, primer asalto a la Presidencia, pero en las legislativas de julio se convierte en el primer partido alemán, con 230 escaños. El 30 de enero del 33, Adolf ya es canciller del Reich. En esos momentos, el diario comunista (sí, por aquel entonces había comunistas) publica: Los trabajadores alemanes deben saber que sus hermanos de Francia no quieren que estén sometidos al imperialismo francés y por ello, la ayuda al pueblo alemán, que quiere liberarse, y la lucha contra la guerra, no se pueden concebir sino como una lucha diaria para romper la tenaza de Versalles.

En 1934, Hitler comienza a construir su régimen, que su Gobierno, nazi. El gran líder del socialismo francés, Léon Blum, exhala: Los generales asustan a la opinión jugando con la amenaza de una posible guerra con Alemania.

Además se ruega no establecer odiosas comparaciones con las alianzas de Zapatero con nacionalistas radicales ni sus indulgencias con proetarras- esa izquierda francesa calla ante las bestialidades del estalinismo, que en aquellos años está en pleno apogeo homicida y en pleno desastre económico. Durante el bienio 1932-33, 8 millones de rusos morían de hambre, las tres cuartas partes en la católica y depreciada Ucrania. Comenzaba la era del gran terror comunista, que durante el bienio 1937-38 asesinaría a 700.000 disidentes de todo tipo. Los gulag, incluyendo en ellos los campos de concentración y las ciudades de deportados, superaba los 9 millones de seres humanos. Pero el socialismo de rostro humano francés guardaba el mismo pudoroso silencio frente al nazismo que frente al comunismo. Se ruega no establecer odiosos parangones entre esa actitud y el silencio del Ejecutivo español frente a la persecución de cristianos en el mundo islámico, el de la Alianza de Civilizaciones, o la persecución contra las mujeres -a pesar de las cuotas- o la represión sangrienta de nuestro mejor amigo, Mohamed VI en el antiguo Sahara español. Nada que ver.

El asunto acabará con el pacto nazi-comunista de 1939, pero antes la democrática Francia irá tragando quina en nombre del pacifismo. Será entonces, cuando LHumanite asegure que el pacto, con cláusula secreta para repartirse Polonia, constituye la única política conforme con la causa de la paz. De ninguna manera aceptaremos cualquier evocación de las palmadas que el diario El País y el propio Ejecutivo Zapatero ofrecen a dictadores como Fidel Castro, Hugo Chávez y, en breve, Evo Morales.

Pero el desastre de 1939 se gesta antes. En Francia, en 1935, el poderoso sindicato de maestros concluye: Más vale la servidumbre que la guerra. El canciller austriaco, Engelbert Dollfuss, es asesinado durante un alzamiento nazi, lo que constituirá un paso previo a la anexión. El sindicato CGT apuesta por la paz y el Partido Socialita Francés (SFIO) bajo la égida de Paul Faire opta por la paz aunque la opción sea unilateral.

En mayo de 1936, cuando el complejo militar-industrial alemán trabaja al máximo de revoluciones para crear el principal ejército del mundo, el Frente Popular gana las elecciones bajo al eslogan Pan, Paz y Libertad. La izquierda humanista y laica francesa (sí ya por aquel entonces había izquierda laica, aunque había menos izquierda clerical), representada en Roger Martín du Gard, exclamaba. ¡Todo antes que la guerra, todo! ¡Incluso el fascismo en España, incluso el fascismo en Francia, incluso Hitler!. Otra vez LHumanité: Invitamos a nuestros afiliados a penetrar en el Ejército para cumplir la labor de la clase obrera, que consiste en disgregar el Ejército.

Hitler nazifica la Administración, el espíritu de la GESTAPO controla la policía alemana y el espíritu de las SS la Wehrmatch, así como la política de suelo y sangre ya las primeras depuraciones racistas. En 1935 instaura al Servicio Militar Obligatorio mientras en Francia las corrientes populistas de izquierdas exclaman: La lucha contra el fascismo no es una lucha contra un pretendido enemigo del exterior. La guerra es la catástrofe suprema y nos negamos en todo momento a considerarla como inevitable.

El 2 de mayo de 1935, se firma en Moscú el pacto franco-soviético, rubricado por Pierre Laval y Joseph Stalin.

A partir de ahí los acontecimientos se precipitan. Mussolini invade Abisinia en 1935, mientras Francia protesta con la boca pequeña y en mero seguimiento del Reino Unido en la Sociedad de Naciones (nada que ver con el seguimiento zapateril de la política francesa de Chirac, que cuando se ha amigado con Estados Unidos nos ha dejado tirados). Los franceses de entreguerras empiezan a sospechar que algo marcha mal cuando, tras haber cedido ante Berlín en muchas de las cláusulas del duro tratado de Versalles, el Ejército nazi invade la zona desmilitarizada del Ruhr, así como en la Renania de la margen izquierda. El 13 de marzo de 1938 el Ejército alemán se anexiona Austria, mientras Francia calla y reino Unido, asimismo con una fuete corriente pacifista entre sus ciudadanos, acepta el envite. En mayo Alemania se anexiona los Sudetes, paso previo a la ocupación de Checoslovaquia. En Munich, Édouard Daldier, presidente del Consejo francés, y el primer ministro británico Neville Chamberlain, aceptan la anexión. El belicista Churchill brama en silencio. El 15 de marzo de 1939, Hitler cumple el Pacto de Munich a su manera: se anexiona Checoslovaquia enterita.

El 1 e septiembre, Polonia, que espera que Francia e Inglaterra cumplieran su acuerdo de amistad y acudieran en su auxilio, es atacada por los nazis. Tras años de pacifismo francés, los nazis ya están dispuestos a responder con el ramo de olivo : invaden París y Francia sufre la más aparatosa derrota de su historia, así como la tiranía de la filosofía nazi.

Que a nadie se le ocurra establecer paralelismos entre los enemigos interiores de la España de hoy, es decir la derechona belicosa y reaccionaria, y el brazo tendido hacia el amigo externo, por ejemplo Mohamed VI, o interno, Batasuna. Ni a la actitud de Blum ante los alemanes con el progreso de paz en el País Vasco. Ni a la negación de otro patriotismo que no consista en el mimo a las identidades nacionales y regionales. Que nadie pretenda, no por favor, establecer una comparación entre el profundo respeto con el que Léon Blum trataba a Hitler y su dureza con la derecha francesa, con el trato que Rodríguez Zapatero dispensa a Batasuna y al Partido Popular. Eso nunca.

Por cierto, la historia de la Francia de entreguerras termina cuando todo el mundo se ha caído de la burra y los soldados franceses esperan el salto de los panzer alemanes en la frontera norte. Bueno, no todo el mundo ha caído de la burra: los militantes comunistas reparten panfletos entre las tropas, en la que s puede leer los siguiente. Abajo la guerra imperialista. El líder del ya ilegalizado Partido Comunista francés, Maurice Thorez, huirá de París camino de Moscú, donde vivirá hasta 1994. Naturalmente, sería una falacia establecer similitudes ente el pacifismo de la izquierda francesa de entreguerras, especialmente en vísperas de la invasión, y la actitud de Zapatero al enviar a los suyos a hablar con una Batasuna que ha compuesto una mesa de negociación formada por personas que, en un Estado de Derecho, deberían estar detenidas y preparando su juicio.

Aunque hay una diferencia entre el pacifismo de Zapatero y el pacifismo francés de entreguerras. En la actualidad no estamos hablando de guerra entre naciones, ni tan siquiera de enfrentamientos entre Ejércitos, sino de guerra o paz entre credos -culturas, que le dicen- y entre los partidarios de la historia de España y los nacionalistas empeñados en que todo lo que huele a España huele fatal. Es más, la postura firme, inamovible, de Juan Pablo II contra la guerra de Iraq, y las durísimas palabras contra su iniciador, el presidente George Bush, debieran enseñar a Zapatero en qué postura estaban los católicos a los que tanto odia. La Alianza de Civilizaciones puede ser una gran idea para alcanzar la paz, pero siempre que no se haga al coste de la libertad o la justicia. Que eso es, precisamente, lo que distingue al pacifico del pacifista.

El problema se agrava si consideramos la segunda distinción entre el periodo de entreguerras en Europa y el siglo XXI. Y es ésta: fueran las que fueran las posturas de aquella generación, cada cual sabía donde estaba. Las izquierdas creían en la necesidad de la justicia social y también se sabía qué representaba las derechas. En otro plano, los franceses se sentían franceses y los alemanes, alemanes. Pero hoy, la alianza de civilizaciones se expresa entre unos señores que creen en algo los musulmanes- y una Europa que no cree en nada salvo en el dinero. De la misma forma, y en lo que al segundo gran tema respecta, el de ETA, no se puede homologar a las víctimas con los verdugos en nombre de la paz. El cardenal Rouco lo ha dicho muy claro (ver resumen de radio y TV): el problema de ETA, eso no sería otra cosa que la Paz de los Sudetes. La paz al precio de la injusticia no es admisible, porque entonces no sería paz. Sería un cachondeo. Más que de la Alianza de las Civilizaciones, habría que hablar de la estafa de las capitulaciones.

Eulogio Lopez