En vísperas del Viernes Santo, he descubierto que todo el mundo tiene la conciencia tranquila y que nadie se arrepiente de nada. Son las dos frases de moda, lo que indica, a ciencia cierta, que el mundo anda un poco enfermo. A lo mejor, es que la conciencia no está tranquila, sino laxa, y a lo mejor es que no me arrepiento de nada porque tengo un buen concepto de mí mismo, autoestima, que le dicen. Por ejemplo, el futbolista del Sevilla que envió a la unidad de cuidados intensivos a su contrario del Mallorca, Juan Arango, tras propinarle un codazo en el rostro que le dejó sin conocimiento.

A partir de ahí, el agresor podía haber manifestado que se había comportado mal, incluso podía haber hablado de error, pero no : no hay arrepentimiento, sólo un traté de protegerme, con la mala suerte de que él venía trastabillado y no pudo hacer lo mismo y se llevó el golpe directo. Y como ha respondido su colega Juan Cañas, capitán del Betis: Siempre son los mismos los que se protegen de esa forma. Es decir, algo parecido a esos personajes que se compran un todo terreno de grandes dimensiones, no porque les guste conducir por terrenos pedregosos, sino porque si se dan un golpe saben que es el otro, el del turismo, quien va a salir mal parado.

No, ha sido el azar: Es mala suerte y tengo la conciencia muy tranquila.

Fíjense si será inocente que espera que el Comité de Competición no entre de oficio a juzgar la acción. Y yo que pensaba que ese era el cometido de un Comité de Competición...

Los políticos son mucho más divertidos que los periodistas. Para no formular la temida o despreciada palabra arrepentimiento, lo traducen así: Asumo mi responsabilidad. Legiones de estudiosos han tratado de desvelar el significado oculto de la frasecita, por el momento sin mucho éxito. ¿En qué consiste asumir la responsabilidad? ¿Pudiera ser un sinónimo de arrepentimiento? No parece, no olvidemos que el arrepentimiento que solicita la Iglesia, después de todo una de las grandes promotoras del asunto, está clarísimo : arrepentirse conlleva una doble función: dolor de los pecados y propósito de la enmienda. No se rectifica, se asumen responsabilidades. Y el que quiera aprender que vaya a Salamanca. 

Psicólogos y políticos llevan mucho tiempo bramando contra el castrante complejo de culpa. Lo malo es que sin ese complejo, simplemente no es posible el progreso. Sí, el progreso. Quien no se arrepiente de nada no siente la urgencia de cambiar. Y sin cambio no hay mejora, y sin mejora no hay progreso.

Porque, precisamente en Semana Santa, la Iglesia no pregona otra cosa que eso : el sentido de culpa, el sentido del pecado. Recuerden la definitiva frase de Pablo VI: El pecado del siglo XX es la falta de sentido del pecado. Aconsejo contemplar la película de Mel Gibson, La Pasión, ahora reestrenada y ya en DVD. Hay que tener el corazón de piedra, o tener un orgullo de libro para contemplar esas imágenes sin arrepentirse del mal realizado. Porque el único mérito de la película de Gibson es ese: que se ve. El secular relato evangélico puesto ante los ojos sin símbolos, desnudo. Todo el menaje de la Cuaresma es tan sencillo y tan cierto como ese: Que Dios murió por cada uno de los hombres, para redimirnos del pecado. Desde luego, si cada cual considera que tiene la conciencia tranquila, entones el sacrificio de Cristo no tiene sentido alguno. Las mejores personas, qué casualidad, nunca tienen la conciencia tranquila. 

Por eso, La Pasión de Gibson constituye la primera gran obra artística del siglo XXI. Porque es cierta y porque es pertinente: llama al arrepentimiento cuando la humanidad se enfrenta a un único problema: la perdida de sentido del pecado.

Eulogio López