Me llega una carta no identificada -o que no logro identificar- firmada por Blut@Boden, sobre el septuagésimo aniversario del asesinato de Julio Ruiz de Alda, el aviador de Plus Ultra y fundador de Falange. La carta resulta documentada y pertinente, dado que la televisión pública española, propiedad de Zapatero, está dando la pelmada desenterrando cadáveres de la Guerra Civil, con rabiosa inclinación hacia uno de los bandos, en lo que, en efecto, podríamos denominar un ejercicio de memoria selectiva. Si Zapatero ensalza a sus víctimas, es de justicia que los falangistas recuerden a las suyas. De este modo, ciertamente, los socialistas van a conseguir lo que parecía imposible: que reviva el fascismo en España.

El fascismo español está representado por la Falange, no por el Franquismo. Ya he repetido muchas veces, que por más que se empeñe la izquierda española, el Franquismo fue un fascismo blandísimo gracias a la Iglesia Católica que templó las ansias autoritarias del Régimen. Franco no fue un Mao, ni un Stalin, ni un Hitler, ni un Mussolini, gracias a que era católico. Sí fue un nacional-católico, pero eso no es facismo. Lo que inventó el ateo Mussolini no fue la religión oficial del Estado sino la deificación de la nación. Es decir, lo mismito que ahora hacen Otegui o Carod, e incluso Arzallus y Pujol, al que en seguida me referiré.

Y es que, no nos engañemos, fascismo y Cristianismo resultan antitéticos porque, como bien recuerda la mencionada carta, el fascismo es fe, en la nación y en uno mismo. Lo que ocurre es que los cristianos no tenemos fe en España, sino en Dios, y nuestro credo nos advierte continuamente contra cualquier tipo de idolatría y contra la confianza en nosotros mismos, sustitutiva de la confianza y el abandono en la Divina Misericordia. La confusión en España se acentúa aún más por el hecho de que la revolución marxista de la II República unió en el bando nacional a fascistas y católicos frente al enemigo común. Y también se prestó a confusión el hecho de que en la católica España, muchos falangistas eran católicos de corazón. Ahora bien, lo siento por ellos, pero nada más opuesto a la Iglesia que el Fascismo, con la excepción de nazis y comunistas.

Franco no era un fascista, pero sí estaba convencido de que había ganado la guerra gracias al anticlericalismo feroz de la Segunda República y porque sabía que gobernaba gracias al apoyo social de los cristianos por su respeto a la Iglesia. Este es el problema del franquismo, que se aprovechó de una Iglesia salida de la persecución para afianzarse socialmente.

El nacional-catolicismo no es fascista pero tampoco es cristiano. Recientemente Jordi Pujol criticaba a los obispos catalanes por no responder a la Conferencia Episcopal Española cuando habla de la unidad de España. El diputado popular Jorge Fernández, con toda la razón, le ha recordado que eso sí que es nacional-catolicismo y que la iglesia catalana no está para defender la nación catalana. El único nacional-catolicismo que queda hoy en España es el de CIU y el del PNV, para quienes la Iglesia sólo es un instrumento para sus objetivos políticos separatistas. Para los cristianos, por el contrario, la Iglesia nunca es medio, es siempre fin, y esto vale para un católico patriota español o para un católico independentista catalán.

Ahora bien, como el insensato de Zapatero continúe retransmitiendo el desenterramiento de cadáveres de la Guerra Civil, no lo duden: también estaremos desenterrando al fascismo español. En el entretanto, a los cristianos que nos dejen en paz.

Eulogio López