He vuelto a Canarias y veo a mis queridas islas guanches en un acceso febril de ecologismo triste, es decir, peligroso. Es cierto que los isleños, en especial por la ausencia de verde, es decir, de agua, tienden a concebir el ambientalismo como su cosmovisión de la vida y como su dios. Lo notas en las conversaciones, en las ofertas políticas, en las iniciativas económicas. Los canarios se niegan a cualquier tipo de explotación de la naturaleza, aunque precisan de la riqueza que proporciona una correcta explotación de la tierra, y prefieren que todo se quede como está salvo las ciudades turísticas, ferozmente artificiales.

En el mundo actual existen dos tipos de ideologías: la ambientalista, que considera que el hombre debe estar al servicio de la naturaleza, lo que se presenta como desarrollo sostenible, y la cristiana, que sabe la naturaleza está al servicio del hombre, quien debe henchir la tierra y someterla. En plata, el hombre al servicio del medioambiente o el medioambiente al servicio del hombre. La propia teología primitiva de los guanches, con su dios Achamán, tan ecologista como cruel, encaja en la actual corriente mundial a favor del medio ambiente, que no deja de ser una ideología que mantiene firmes prejuicios respecto a la humanidad.

No voy a entrar ahora en cual de las dos visiones es la más justa porque ustedes saben que lo tengo muy claro. Ahora bien, me sorprende -y me ha sorprendido especialmente en Canarias- una mentira mil veces propalada y hasta asentada como verdad indiscutible. La de que el hombre es un depredador de la naturaleza cuando lo cierto es que es su fertilizador. Allá donde el hombre no actúa se extiende el lamentable color beige del desierto; allá donde el hombre se instala, llega el color verde que es síntoma de vida.

Paseando por Palomeras, el gran centro turístico de gran Canaria, esta idea no se piensa: se ve. El único verde en el sur de la Isla es el que ha creado el hombre en los alrededores de los hoteles y playas turísticas o en las poblaciones de Interior. El resto, especialmente en la costa, es un desierto… porque falta el hombre.

Eulogio López
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