Uno de los efectos colaterales del reciente Consejo europeo, ya conocido como el del fracaso, es que la capacidad negociadora del Gobierno español ha quedado severamente dañada. Por decirlo de otra forma: el pitorreo es grande en Bruselas. Más que nada, porque la Delegación española, a pesar de lo mucho que se jugaba en el envite, apenas intervino, e incluso los luxemburgueses, no escucharon lo que más se temían de Madrid respecto a la inaceptable propuesta de la Presidencia sobre fondos comunes (no sólo de cohesión): el veto, palabra clave en este tipo de Cumbres, no afloró a los labios de Zapatero ni del canciller Miguel Ángel Moratinos.

Es más, la Delegación francesa tampoco comprendía la actitud española. Las propuestas de Blair sobre la Política Agraria Común, fueran o no una coartada para justificar su actitud pétrea ante el cheque británico, perjudicaban sobre todo a Francia (recordemos, el país que más fondos recibe de la Unión para su agricultura) pero también a España. Sin embargo, al final, cuando ya no había remedio, Zapatero se olvidó de su talante y España votó no. En definitiva, ¿es Zapatero un habilidosísimo negociador, o simplemente no se entera de nada? En Bruselas el enigma permanece.

Ahora bien, lo que ha dejado de ser un enigma, ha sido las intenciones de Tony Blair. Blair sí está dispuesto a prescindir del cheque británico, con la sola condición de cargarse toda la política agrícola. La verdad es que la PAC representa, junto a sus gemelas norteamericanas, las Farm Act, el mayor atentado contra los países pobres, al subvencionar una agricultura con la que sí podría competir el agro del Tercer Mundo.

Es igual: Blair aprovecha el fracaso para replantear la financiación entera de la Unión Europea y britanizar la Unión. En otras palabras, que en Europa dejen de mandar Francia y Alemania y comienza a mandar el Reino Unido.

Desde luego, nadie podrá negarle que la medida resultaría revolucionaria.