El amor entre hombres y mujeres es la entrega del hombre a la mujer y la de la mujer al hombre, del que surge la procreación, es decir, la actividad humana más similar al creación de Dios, la única existente.

Tener hijos es un acto creativo mucho más profundo grandioso que el arte, dónde vas a parar: el arte crea cosas, ideas y belleza. En la procreación se colabora en la creación de personas, que son las que crean cosas, ideas y belleza.

El precitado amor, entre hombre y mujer, consiste en la entrega del hombre a la mujer y de la mujer al hombre. Es curioso, se acusa al cristianismo de machismo -por las feministas claro está- pero el cristianismo no defiende la sumisión de la mujer al varón ni, como pretende el progre-feminismo, la sumisión del varón a la mujer.

Tampoco defiende, ojo, lo que podríamos llamar la postura progre-centrista y me temo que un poco neciamente mayoritaria: independencia de hombre y mujer. Respeto, gritan los unos y los otros, porque respeto es siempre lo que exigen macarras y matones, condiciones estas que abundan entre los dos sexos. No, lo que el cristianismo pide de ambos sexos en el matrimonio -lo repetía Juan Pablo II- o en la pareja es sumisión recíproca. Los dos se someten al otro porque libremente se han entregado al otro hasta el punto de formar "una sola carne".

Ahora díganme si tan fuerte compromiso puede ser asumido por un, o una, adolescente de 13 años en el mundo actual, en el que la adolescencia se arrastra hasta los 20.... y los 25 y... No, Ana Mato (en la imagen), por una sola vez y sin que sirva de precedente acierta al elevar la edad para mantener relaciones sexuales consentidas con 13 años de edad.

Eulogio López

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