Y se vio invadida la nación,
de ratas, de ratones y ratoncillos
timadores y muy gastadores.
Las ratas del frio y la miseria,
los ratones de mentira señera,
y de los ratoncillos, el latrocinio.
Y el pueblo por el pánico asustado,
y que de sus casas los echaban,
y que de comida no disponían,
y que vacaciones no tendrían;
apelaron a un mágico flautista
de dulce y socarrona sonrisa,
con barba cana que le distinguía.
Prometiéndole el oro, y el moro,
si les sacaba de aquella ruina,
sacó el flautista la flauta,
de una amplísima mayoría,
tocando una dulce melodía.
Y arrastró, tras él, a las ratas
qué tanta miseria producían.
A los ratones de la mentira,
que contra él se revolvían.
Y a los ratoncillos ladrones,
los puso delante de la justicia.
Más el pueblo, al empezar a ser libres
de la miseria, de la mentira,
del latrocinio propio y extraño;
le quitaron al flautista, la flauta
de su amplísima mayoría.
Y volvieron  las ratas, los ratones,
y los ratoncillos muy gastadores;
en número considerado legión.
Y el pueblo ingrato, por más que buscó,
a un mágico flautista no encontró,
para volver a tocar la dulce melodía,
de aquella amplísima mayoría,
que un día, de la muerte les libró.
Y aquel pueblo y aquella nación:
fue destruida por la miseria,
la injusticia, la absoluta división.
Hundiéndose en la desmemoria,
la que un día, fue una gran nación.