Sr. Director:

Así se muestra con toda claridad, en un video filmado en la ciudad de Querétaro, Méjico. Rodeando la catedral, un numeroso grupo de jóvenes de ambos sexos, se abrazan unos a otros formando una cadena infranqueable, contra una muchedumbre, la mayoría jóvenes, sobre todo mujeres, que quieren acceder al templo sagrado para profanarlo y pintar sus frases ofensivas, anticristianas. Los jóvenes que rodean la catedral para protegerla con su propia vida, permanecen impertérritos, mientras los manifestantes los insultan, los empujan, los hacen pintadas en sus cuerpos con un spray. Nadie se mueve, nadie se inmuta, nadie se altera, realmente el ver este video y el comportamiento de esos jóvenes que con su propia vida defienden el templo santo de Dios, conmueve hasta  las piedras viendo tanto heroísmo. Por otro lado te entristece el ver a esa juventud, totalmente envenenada y aquí llegas a la conclusión y te explicas el título de este escrito, cómo los cristianos recibimos ese don de Dios, la participación de su Vida Divina, que hace un cambio en la persona que no se puede explicar humanamente, esa fe inquebrantable, esa paz inalterable, esa alegría que te inunda, esa ilusión, esa esperanza que dan sentido a tu vida, un optimismo que vence todas las dificultades de los criterios mundanos.

Pero te duele, sí, te duele, por que Cristo también murió por ellos, el ver a esas muchedumbres a las cuales Satanás ha inoculado un virus diabólico, que llevan camino de su perdición, pues en sus corazones impera el odio que Satanás ha introducido en ellos y que hace que esas muchedumbres no tengan ni paz ni esperanza. Los que sí hemos recibido ese virus divino, tenemos que orar y dar ejemplo para que esas almas extraviadas, encuentren la Verdad, Dios Omnipotente, que les dará la paz.