Sr. Director:
Poco más de 120.000 personas en el país y 10.000, en la capital, empujaron a Francia y a París a un estado rayano en la excepción en uno de los sábados de protestas de los “chalecos amarillos”. Aquel sábado la gran urbe quedó paralizada y su centro neurálgico se convirtió en el escenario de una batalla campal con barricadas y el empleo de toda clase de medios antidisturbios. Más de 1.300 detenidos y decenas de heridos fue el balance de otra jornada aciaga para el país y para un gobierno a la defensiva frente a un movimiento anómalo y disfuncional que logró, con la coerción y los golpes, que Macron anulara la subida de los impuestos al carburante. Con esa victoria en la mochila, los chalecos amarillos exigían ya la cabeza del presidente como si el vandalismo concediera legitimidad a sus demandas y a su presencia en las calles.
Pero el humo de las algaradas no debe cegar a un Estado de Derecho que se tenga por tal y que respondió con firmeza a quienes asolaron el espacio público y violentaron los derechos de la inmensa mayoría de franceses.
La democracia tiene sus normas y procedimientos para cambiar gobiernos, derogar leyes y desarrollar políticas. La jauría humana no es un elemento tolerable en un Estado de Derecho. Lo degrada y envilece. Las respuestas están en las urnas y en las instituciones.