Sr. Director:
No voy a ser yo quien dé la cara por estos energúmenos autodenominados “La manada”.
Me parecen despreciables y ruines. Tampoco voy a entrar en valorar el número de años que deben estar en la cárcel. No soy experto en leyes y el sistema judicial me tiene tan decepcionado como a la inmensa mayoría de los mortales que ha tenido que lamentarse entre las paredes de un juzgado por haber denunciado a alguien.
Sin embargo, se debe reconocer que la justicia española es de las más garantistas que se conocen. Es necesario garantizar, sin lugar a dudas, que el acusado es culpable de lo que se le imputa. Y una vez juzgado tiene derecho a recurrir la sentencia, no una sino varias veces. El acusado no tiene que demostrar su inocencia.
Por otra parte, nuestro sistema penitenciario tiene un componente ejemplarizante y castigador, pero no es vengativo. Su principio fundamental es la rehabilitación. Yo, a esta manada, la condenaría a los años a que hubiera lugar, pero no la sacaría de la cárcel sin comprobar fehacientemente su rehabilitación.
Sin embargo, a mí me parece que el problema de fondo es otro. Quizá deberíamos empezar por preguntarnos qué tipo de educación sexual se está impartiendo en nuestros colegios.
Quizá sería bueno preguntarse si nuestros jóvenes, y adultos, están suficientemente formados para disfrutar del ocio, del tiempo libre y de la fiesta de una manera acorde con su dignidad de seres humanos.
Puede ser que el verdadero problema estribe en la banalización de la sexualidad. Puede ser que si estuvieran concienciados de que la sexualidad es la expresión más humana del amor, basada en el máximo respeto a la dignidad y corporeidad del otro; puede ser, digo, que casos como el de “la manada” se dieran con menos frecuencia o no se dieran. Nuestros adolescentes, incluso niños pueriles, tienen cada vez más asumido que mantener relaciones sexuales con alguien es como beber alcohol hasta caer vencido. Lo importante es pasarlo bien.
No está bien visto hablar negativamente de los sanfermines. Sin embargo, no es constructivo volver la cara a una realidad cada vez más apabullante, indigna e inhumana. Se suele decir que dentro de los sanfermines hay muchos sanfermines. Los hay para los jóvenes, las personas mayores, para los niños, para quienes quieren mucho bullicio, y para quienes optan por unas fiestas más tranquilas. Sin embargo, cuando alguien circula en San Fermín por las calles de Pamplona no tardará en percibir los hedores mezclados de orín, vómito y alcohol.
No es difícil encontrar a personas indignamente tumbadas sobre su vómito. Las alusiones al sexo fácil y del momento son permanentes. Los flirteos descarados, y hasta violentos, abocados a la relación sexual más canina y pública, se manifiestan a cualquier hora del día o de la noche. El mejor caldo de cultivo para que proliferen las manadas.