Sr. Director:
Unos días antes de la asamblea ordinaria del sínodo de obispos se promulgaba una constitución apostólica, en el aniversario de la creación de esta figura por Pablo VI: constitución apostólica que desea subrayar la dimensión evangelizadora de la jerarquía y de los fieles. Sin duda, al menos en occidente, importa mucho revigorizar la multiplicidad de iniciativas que aportan una nueva fuerza –una dinámica– para forjar la Iglesia del futuro. El relevo generacional no se produce por sí solo: no es mera demografía, sino fruto de una transmisión activa, atenta a las condiciones de cada tiempo, que –contando siempre con la primacía de la gracia– depende de la responsabilidad de los fieles del presente.
Lo expresó con su proverbial capacidad de síntesis san Josemaría Escrivá, en algunos pasajes de su primer libro de homilías, Es Cristo que pasa: “la familia humana se renueva constantemente; en cada generación es preciso continuar con el empeño de ayudar a descubrir al hombre la grandeza de su vocación de hijo de Dios, es necesario inculcar el mandato del amor al Creador y a nuestro prójimo” (n. 121). “Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio” (n. 132).