Eucaristía dominical. Fiesta de La Inmaculada Concepción, en una parroquia madrileña con colegio anexo. Oración de los fieles: tras orar por Nelson Mandela, fundamental, los chicos del coro nos piden que elevemos nuestras peticiones por la libertad en el mundo: "la libertad política, la libertad religiosa y la libertad sexual".
¡Jodó! Lo de la libertad religiosa, bien; lo de la libertad política ya parece más osado pero lo de la libertad sexual como petición al Altísimo me dejó anonadado.
Pero todo esto es bello e instructivo, ensancha la mente y encoge el corazón, lo contrario de lo que aconseja la salud psíquica de los pueblos. Ya se sabe que un corazón encogido es lo que define a los mezquinos y que tener la mente abierta es como tener la boca abierta: un signo de estupidez. La mente, como las mandíbulas, sólo se abre para cerrarla de nuevo sobre algo consistente.
Me temo que nuestro peticionario se referiría a algo así como la violencia de género o el apoyo a las mujeres víctimas de violación o a las esclavizadas por la prostitución. Porque el elemento fundamental del sexo entre seres racionales -la raza humana, para entendernos- no es la libertad, sino el compromiso. Entre un hombre y una mujer que conviven sexualmente se establece una relación tan fuerte, tan intensa, que debe ser eternamente disfrutada o eternamente soportada.
Y el problema es que en el seno de la Iglesia caben estos tópicos que llevan las relaciones sexuales al terreno de la libertad -es decir al terreno animal, asimismo muy libres para aparearse- y lo alejen del amor, que es lo que da sentido a las relaciones sexuales entre seres racionales.
Uno de los hijos me tranquiliza: no te preocupes padre, el 90% de los presentes ni se ha enterado. ¡Laus Deo!
Eulogio López
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