Es necesario tener confianza en la vida, ha dicho un hombre al borde de la muerte, llamado Karol Wojtyla. Su mensaje desde el hospital, mientras los buitres vuelan sobre el Policlínico Gemelli, ha vuelto donde solía, es decir, al principio de todas las cosas, al origen de todo problema político, social o económico : el respeto por la vida, la sacralización de la persona desde la concepción hasta la muerte natural. Cuanto más débil sea esa vida, la del no nacido, la del enfermo, la del moribundo, más respeto y afecto exige.
Le faltaba esa pieza al rompecabezas del Imperio de la Muerte, lo que hoy entendemos como progresismo, y ha venido el Papa a recordárnoslo : la causa de la cultura de la muerte es el miedo a la vida. Estamos hablando de simple terror, de pánico.
Y el pánico se cura con confianza: Confianza en la vida exigen silenciosamente los niños que todavía no han nacido. Confianza piden también los numerosos niños que, al quedarse sin familia por diferentes motivos, pueden encontrar una casa de acogida a través de la adopción y del cuidado temporal... El desafío de la vida es el primero de los grandes desafíos de la humanidad de hoy.
Ese es su mensaje porque, habrá que decirlo una vez más, el aborto es mucho más que el aborto, al igual que la defensa del más débil, del no nacido, supone toda una filosofía de vida, la corriente más romántica del siglo XXI, la aventura que merece la pena vivir.
En el siglo XXI se han hecho realidad los viejos versos de Chesterton:
La ciencia proclamó la nada
y decadencia el arte,
el mundo estaba viejo y acabado
pero tú y yo vivíamos alegres,
a nosotros llegaban torpes vicios tullidos,
lujuria que ha perdido su alegría
y miedo que ha perdido su vergüenza.
Parece como si esta insoportable levedad del pensamiento, la misma que lleva al infanticidio no tuviera fuerza ni para pecar. Ahora resulta que no tememos al fuerte, sino al débil. Así de acuosos nos hemos vuelto.
Como muestra un botón. Apenas 24 horas después de que el Papa lanzara su último mensaje, fallecía Hiram Bentley Glass, prestigioso científico dominado por el miedo durante toda su existencia. Este bioquímico se convirtió en uno de los apóstoles del aborto y la eugenesia. Afirmaba que la radiación nuclear nos asomaba a un mundo donde las cucarachas tomarían el poder. Seguramente, había leído Mortadelo y Filemón, pero no olvidemos que era un prestigioso científico (PC). Por eso, exigía el aborto obligatorio y la descendencia, no como fruto del amor, sino como fruto de sesudos análisis científicos que dijeran quién debería tener hijos, cuando y con quién: Ningún padre llegó a afirmar Glass- tendrá en el futuro el derecho de cargar a la sociedad con un hijo deforme o mentalmente incompetente. El muy progresista lobby feminista de la ONU se tomó estas palabras muy en serio.
Pero las cucarachas no dimanan la tierra, ni tan siquiera el Palacio de La Moncloa, y el pobre Hiram ha muerto en Colorado, de una neumonía, haciendo buena la vieja pintada: Dios ha muerto, dijo Nietzsche. Y alguien escribió debajo: Nietzsche ha muerto. Firmado: God.
Eulogio López