El cine es mucho más que un vehículo de entretenimiento. Se ha convertido en uno de los más eficaces conformadores de valores, constituyendo un potente instrumento para la práctica de esa ingenieria social instalada en la creación de los estados de opinión.
Cuando los índices de lectura caen vertiginosamente, la imagen es la que moldea las mentes. Orwell ya lo predijo en su obra 1.984. Y también dijo aquello de Quien controla el pasado, controla el presente.
Ridley Scott con su última película- ha cedido su prestigio al servicio de una sucesión de mentiras históricas y odio a la Fé de Occidente como quizá antes no se había producido.
Ya el párrafo introductorio de la película sobre fondo negro hablando de una Europa en represión pone en guardia al espectador más avezado. (Cuando son muchos los historiadores que han entendido la Edad Media como el gran momento cultural que supuso la extensión del saber de los Conventos a las Universidades y de la gran libertad, profunda y verdadera que gozaba el europeo de aquellos siglos).
Scott presenta la Orden Templaria como una vulgar banda de asesinos y ladrones. Nada más erróneo. Prescindiendo de todo romanticismo esotérico (ahora tan de moda, bajo prismas deformados), el hecho cierto es que, gracias al Temple y a su confraternidad con otras Ordenes Militares Islámicas se recuperó para Europa la sabiduría griega, así como muchos otros conocimientos inéditos.
El Temple fue el guardián de Jerusalén, pero también de los desheredados. Con su Orden quedó impreso en el código genético-cultural europeo el ascetismo al servicio de la Fe en Cristo.
Pero si falso es el tratamiento dado al Temple, el que recibe el cristianismo en general es incalificable. No hay en toda la película de Scott un solo occidental que, teniendo un comportamiento noble, aparezca como cristiano. Todos ellos son violentos, crueles, soberbios y malvados. Tan sólo el protagonista (Orlando Bloom) tiene una buena imagen, y ello por haber renegado de su fé ¡¡¡!!!
Simultáneamente, Saladino nos es presentado como el Príncipe liberador. Religioso (llora compungido y recogido por sus caídos en la batalla), y considerado con la fe cristiana, sus mujeres y sus niños. ¿Hay que recordar cómo ocurrió de verdad la toma de Jerusalén y cómo arrasó el Calvario donde murió Jesucristo?
La superposición de planos en este sentido que Scott realiza de forma simultánea es maniquea y manipuladora (hay escenas que recuerdan el peor cine de Eisenstein o de Reifensthal).
Y si los planos son pura manipulación del sentimiento en orientación anticristiana y antieuropea, los diálogos contienen auténticas aberraciones en lo Moral. Frases como Hay que hacer el Mal para conseguir el Bien, ó, El Alma es solamente del hombre, nos dejan un tufo iluminista muy, muy alejado del espíritu cristiano que ha hecho de Europa el hogar de la Democracia, la Ley y el Derecho. Porque gracias al cristianismo es por lo que existen los derechos humanos, la libertad y el respeto a la persona en su integridad y dignidad. (¿Hay democracia dónde no hay cristianismo?)
Scott ha jugado la baza antieuropea. Es el estilo de esa izquierda americana que siente simpatía instintiva hacia el débil (siempre que éste no sea europeo y si es su enemigo, mejor-)
Curiosamente, Ridley Scott en todo ello no se ha alejado de la visión que los nazis tuvieron de Saladin menosprecio de los cruzados y pleitesía al Islam. Scott odia Europa.
Odio que queda flotando hasta en la última escena de la película, cuando el protagonista y Sibila cabalgan y, mirando con desdén una Cruz de piedra en lo alto de una montaña, se alejan galopando, mientras la música crece en su intensidad épica final. El mensaje subliminal es diáfan la felicidad está lejos de la Cruz de Cristo
Satánico, sino fuera porque sólo es una película sobre las Cruzadas. ¿O es que alguien ha visto otra cosa?
Carlos Martínez-Cava Arenas