Mis padres se casaron en Málaga la tarde del 10 de mayo de 1931, en la Iglesia de la Merced. Por la noche la iglesia ardía para celebrar que teníamos un régimen político justo y cabal, La República.
La boda de mis padres fue la última que se celebró en esa Iglesia y nunca consiguieron tener constancia de sus datos de registro, hasta que nos quedamos sin nuestra maravillosa República, que fue, como todos sabemos, modelo de todas las virtudes políticas y de convivencia democrática.
Mis padres pasaron sus primeras horas de casados en el Caleta Palace, que era un hotel muy bonito en pleno Paseo de la Caleta. Años más tarde se convirtió en el hospital 18 de julio. Sus primeras horas de casados -como he dicho- las pasaron de manera normal y sin sobresaltos dado el paraíso de paz que era la República, porque eso de quemar una iglesia era cosa de gente joven y exaltada, sin mayor importancia y que había que disculpar.
Pues no, mis padres pasaron sus primeras horas de casados viendo arder la casa de Don Antonio Baena que estaba al lado del hotel y escuchando gritos y carreras.
A las cinco de la mañana mi abuelo se presentó en el hotel para ver cómo estaban y pedirle que volvieran con él a casa, porque allí estarían más seguros. Eso hicieron, y al cabo de unos días, cuando pudieron, marcharon a Madrid que es donde iban a vivir.
Mi madre tenía un recuerdo tan malo de la República que al cabo de los años cuando veía a mis hijos que eran pequeños pelearse, decía: ¡Dios mío, esta casa parece una Republica! Todo esto es la pura verdad.
Otro día contaré cómo en el año 36 estando ellos en Málaga, le quemaron su casa de Madrid y se lo robaron todo. Vivían cerca del parque del Oeste y la ciudad universitaria, nunca volvieron a Madrid. Los masones le mandaron recado de que si se hacía como ellos le ayudarían a rehacer su vida. Mi padre que era un hombre íntegro y muy educado, contestó: que muchísimas gracias, pero que sus ideas no iban con la masonería.
Y esta es mi memoria histórica. Lo que más siento es que pueda haber algún medio de comunicación que no quiera publicar estas pocas letras mías, pero es igual, la verdad siempre acaba abriéndose camino.
Piedad Sánchez de la Fuente