Como todos los grandes pensadores, a ZP le encanta hablar antes de pensar.
Obama, igual de peligroso pero mucho más listo, pretende cambiar el G-8 por el G-20. Lógico, cuanto más diluya el centro de decisiones más probabilidad tiene Estados Unidos, o sea, él, de regir el mundo. Más, no menos, porque el poder de USA se resiente en el mundo y cuando tus pares, por ejemplo China, se aproximan o simplemente te superan, lo que hay que hacer es ensanchar el aforo. Que cambie todo para que nada cambie.
Pero el pobre ZP lo traduce a su manera: pide un Gobierno -perdón, gobernanza- mundial, y hasta sueña en sus ratos libres en formar parte del mismo porque su amigo Barack le introducirá en él. La verdad es que para Obama, todavía al frente de la primera potencia mundial, ZP es un tonto útil, un mensajero que pone sobre la mesa de la ONU y otros foros aquello que él pretende pero no lo debe decir sin que se le vea el plumero. Por ejemplo, lo del Gobierno mundial, principal objetivo del Nuevo Orden Mundial (NOM): un Gobierno único para atraerlos a todos y, supongo, atarlos en las tinieblas. Piénsenlo: mientras el astuto Obama sólo habla de ampliar el centro de decisión de 8 a 20, el insensato ZP ya habla de Gobierno mundial. Decididamente, el presidente de España es un tonto útil muy caro al inquilino de la Casa Blanca.
Pero dejemos a un lado la profundidad zapateril para centrarnos en la gestión que nos ocupa. La cuestión es la gobernanza mundial. Vamos a ver. Una gobernanza mundial debe ser lo más opuesto a un Gobierno mundial: no se trata de ampliar el número de instituciones sino los derechos de la persona. No pretendamos un Gobierno mundial sino muchos gobiernos locales capaces de llegar a normas comunes y sólo en cuestiones básicas, guiados, de menor a mayor, por el principio de subsidiariedad o, si lo prefieren en el lenguaje de Juan Pablo II, en la suplencia de lo público frente a lo privado y de lo grande frente a lo pequeño. Lo que pueda hacer el individuo -casi todo- que no lo haga ninguna institución, y lo que pueda hacer la institución, empresa u organización pequeñas que no lo hagan los grandes, sean región, Estado, multinacional o grandes multimedia creadores de consensos globales.
Los españoles hemos aprendido con la democracia -sin duda el menos malo de todos los gobiernos posibles- lo que significa la proliferación de gobiernos municipales, autonómicos y nacionales, además del europeo. Exactamente, significa más impuestos y más superposición de normas, es decir, menos libertad. Un Gobierno global no es más que una tiranía mundial, el objetivo más grande del elitista Nuevo Orden Mundial (NOM), un NOM progresista, naturalmente, cuyo enemigo principal es la libertad, por tanto, la Iglesia.
Tomemos el ejemplo la globalización económica. De los tres elementos de producción -capital, bienes y trabajo- sólo se ha globalizado el primero.
Por lo demás, tiene cierta coña que el hombre que ha roto el mercado único español y ha troceado la normativa española, el hombre que para mantenerse en el poder ha ido desmembrando (tanto en miembros como en miembras) el país que gobierna, 46 millones de habitantes, reclame ahora un Gobierno mundial para 6.000 millones de almas. No está mal. En su espléndida ignorancia, en su solmene bobería, ZP sigue recordando el viejo chiste:
-¿Habla usted francés?
-Yes.
-No, eso es inglés.
-¡Ahí va mi madre, si también hablo inglés!
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com