A pesar de la fuerte campaña publicitaria El lobo de Wall Street es, sin duda, la colaboración más floja entre Martin Scorsese y Leonardo Di Caprio.
El capitalismo salvaje de la década de los años 80 y 90 vuelve a retratarse en El lobo de Wall Street al igual que ocurrió, en su momento con El gran farol o con Wall Street. En esta ocasión está narrada en primera persona por el corredor de bolsa real Jordan Belfort, un individuo sin escrúpulos a quien su ansia de riqueza le hizo traspasar los límites de la ley y de la ética profesional.
A pesar de arrancar con una buena descripción sobre los engaños a clientes modestos y la especulación financiera feroz que fueron la marca de Belfort, la película pronto derrapa por el excesivo y reiterado despliegue en imágenes de las adicciones a las drogas, y a la prostitución, de las que hacía uso este individuo y sus colaboradores. Lo que convierte a esta película, de tres horas de metraje, en una experiencia agotadora.
El lobo de Wall Street cuenta con unas magistrales actuaciones de Leonardo Di Caprio y Mathew McConaughey, éste último en un breve pero intenso papel de mentor amoral, a lo que hay que sumar un trepidante montaje pero todo cae, en muchos momentos, en el puro esperpento… Eso, sí, una cosa clara queda en la película; como el propio personaje que interpreta McConaughey le dice al protagonista: los yuppies que trabajan en mercados secundarios no crean ni construyen nada, tan sólo se lucran y sólo, los más honrados, consiguen que se enriquezcan sus clientes.
Para: Los que vean todas las películas sobre tiburones financieros, aunque sean tan excesivas y explícitas como esta en su tratamiento del sexo y la adicción a las drogas