Al presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) le han forzado a dimitir. Él se ha resistido, porque la campaña lanzada contra él por la izquierda progre y la tibieza de la derecha progre le fuerza a tomar una decisión que supone aceptar la calumnia como cierta y quedar como culpable.
Pero lo peor no es la calumnia del adversario sino la tibieza del propio, en este caso del Gobierno Rajoy, quien no ha querido contaminarse con alguien que olía mal, aunque él no fuera culpable del tufo que expedía. A mí el caso Dívar me recuerda el aún más injusto caso del juez Fernando Ferrín, expulsado de la carrera judicial y condenado por prevaricación por el simple hecho de haber intentado, primero, aplicar la ley, segundo, ser coherente con sus convicciones cristianas. Ferrín no tuvo ni el apoyo de los unos ni la ecuanimidad de los otros, pero ambos casos se parecen en lo mismo: jugar con el honor de una persona hasta hacerle parecer un estúpido, un trepa y, si fuera posible, un delincuente. Es decir, hasta conseguir que olieran mal. Y cuando hiedes, entonces estás perdido. Especialmente si te abandonan aquéllos que deberían defenderte.
Y en algo se parecen ambos casos, tanto Ferrín como Dívar han sido masacrados por ser cristianos. Sólo por eso, el resto son añadidos.
Eulogio López
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