Ya puestos, ¿no podríamos terminar con todas las Conferencias Episcopales? No se comprende que las instituciones, al revés que las personas, rara vez nacen pero nunca mueren. Y sin embargo, el viejo esquema de gestión de la Iglesia lleva funcionando a satisfacción de todos, menos de los herejes, durante 20 siglos: el obispo, sucesor de los apóstoles, es el rey en su zona de cobertura, y por encima de todos está el obispo de Roma, el único que debería enmendarles la plana. Pero las Conferencias, exactamente, ¿para qué sirven? Con lo beneficioso que sería que los decenas de sacerdotes que trabajan en la Conferencia Episcopal se dedicaran a confesar. Más doctrina y menos burocracia.
Aunque, eso sí, la Conferencia sirve, por ejemplo, para emitir notas sobre el Plan Ibarretxe, considerándolo inmoral, supone que como desarrollo de la curiosa teoría de que la unidad de España es un bien moral. Al parecer, en el Decálogo de Moisés, el tal mandamiento quedó borrado porque Dios, al que le gusta jugar con los hombres, lo escribió con tinta invisible.
Pues bien, puesta la Iglesia al servicio de una opción política, aunque sea tan respetable como la unidad de España, tenía que suceder lo que ha sucedido : que el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, diga que no es vinculante por no ser doctrinal (o sea, lo de la tinta simpática) y que Rubalcaba arremeta contra la Iglesia con esa finura y talento literario que le son propios: Por mí, los obispos como si bailan una sardana.
Rafael Larreina, portavoz de Eusko Alkartasuna, y católico practicante, ha tenido otra reacción igualmente comprensible e igualmente inoportuna: Él ha recordado- es vasco, por lo que sólo obedece a los obispos vascos. Y desde su condenado punto de visa, y dada la nota de la Conferencia Episcopal, la verdad es que no le falta razón. Si la Conferencia hubiera dicho que los nacionalismos excluyentes atentan contra la caridad cristiana, que hay que abrir los brazos a los discrepantes y que todas las opciones políticas (del tipo que sean, incluido el anacronismo del independentismo vasco) caben dentro de la Iglesia salvo aquellas que atentan contra la ley divina y contra la ley natural interpretada según el Magisterio, todos se sentirían concernidos y ninguno ofendido. De otra forma, muchos no se sienten concernidos pero sí ofendidos... empezando por el obispo de San Sebastián. Algún día, espero, algunos conspicuos cristianos se darán cuenta de que existen nacionalistas vascos o catalanes que son cristianos de corazón, y muy sinceros.
En definitiva, es como si Federico Jiménez Losantos les hubiera dictado la nota. El periodista, una vez que se ha adueñado de la COPE, está imponiendo a Pedro J. Ramírez como referente moral de los medios cristianos y sus tesis de que la Iglesia no es otra cosa que un apéndice del Partido Popular. Al final, de tan turbio camino, no lo olvidemos, se encuentra la edificación de la patria, es decir, el fascismo.
La tendencia no es nueva. Por ejemplo, Pío VII ya tuvo que hacer frente a Napoleón en este terreno. El emperador se empeñó en redactar el catecismo que los escolares y fieles franceses deberían aprenderse. El Pontífice empezó a mosquearse especialmente con el IV Mandamiento, largísimo, porque los deberes para con la patria, el emperador, justamente él, el Ejército y la Hacienda franceses se convertían en parte fundamentales de la doctrina. Creo que la baraja se rompió cuando Pío VII cayó en la cuenta de que el emperador pretendía cambiar la festividad de La Asunción por la de San Napoleón, prefigurando así su próxima canonización, quizás en vida, a qué esperar tanto.
Que no, que Cristo no puede ser un medio ni tan siquiera para objetivos tan nobles como la unidad de España. Cristo siempre es un fin, y su doctrina lo mismo.
Pero incluso podríamos dar un paso más. ¿En nombre de qué España une política y religión en este fastuoso concubinato donde siempre sale perdiendo la religión? ¿En nombre de la España de los 80.000 abortos anuales, de la destrucción familiar, la España mortecina, encerrada en sí misma, sin vitalidad y bastante blasfema? Dicho de otro modo : ¿A qué me está usted convocando cuando me habla de la unidad de la patria en peligro? ¿A evangelizar América, a luchar contra un desenfrenado ataque a la Iglesia como sucedió durante la II República? Porque si a lo que me está convocando es a afianzar la vuelta de un partido al poder, entonces, no cuente conmigo... por muy cristiano que sea ese partido, y resulta que el PP no lo es.
Y todo esto tenía que dar como resultado la convocatoria por teléfono móvil (es moda) para rezar el rosario en público, justo en la madrileña Plaza de Colón, justo delante de la bandera de España que adorna este cruce de camino en pleno centro de la capital. Pues, conmigo que no cuenten. Señores, rezo el rosario todos los días. Recomiendo con firmeza esa oración, pero no tengo la menor intención de rezarla en público ante la bandera de España por dos razones: porque respeto mucho a la bandera de España... y mucho más al rosario de mi madre, Santa María.
Y mientras tanto, los enemigos de la Iglesia felices: han logrado hasta romper a la Jerarquía, confundir a los cristianos y alienarlos según banderas políticas. De paso, han colocado entre la espada y la pared a muchos cristianos nacionalistas, mientras ese enajenado del lehendakari Ibarretxe pasa las Navidades más felices de su vida: otra vez ha logrado que un país de 43 millones de habitantes gire alrededor de su chorradita, de su pantomima, de su nadería, mientras el Partido Popular y Federico Jiménez Losantos, nuevo portavoz oficioso de la Conferencia Episcopal, se rasga las vestiduras ante el mayor reto que haya vivido este país: Nunca ha vivido la nación española una crisis tan sórdida y lamentable como la actual. Si hemos de hacer caso al tribuno, se diría que la tal crisis, siempre la mayor de todas, la vivimos cada semana.
¿Le ocurriría algo a la Iglesia, si desapareciera la Conferencia Episcopal? ¡Sí, maravillas, tito, maravillas!
Eulogio López