Festividad de San José y Día del Seminario (19 de marzo), es decir, de las vocaciones sacerdotales.
La Iglesia española, por ejemplo, cuenta con 18.000 sacerdotes diocesanos, sin contar los clérigos regulares no por su claridad, sino por su obediencia a una regla-. Sin embargo, no es posible ver una sola sotana en las calles. Clérigos vestidos de paisano, por lo general con aire de haber salido del trapero, si, pero embutidos en sotana o alzacuellos más bien poquitos.
Utilizar sotana en la calle comporta sus riesgos, dado que en todo español anidan dos biotipos: el de seleccionador nacional de fútbol y el de cura sin licencia eclesiástica dispuesto a renovar, de una vez por todas, el apolillado estamento clerical con una religión moderna, unos mandamientos renovados y una visión mucho más actual de la religión. El frailuno insisto, verdaderas legiones- seglar sólo tiene un enemigo : el cura real, culpable de que él se encuentre en el paro, de que la mujer le haya abandonado y de que el Real Madrid, una vez más, haya hecho el ridículo ante el Barça. El frailuno es, ante todo, un comecuras, y nadie puede dudar de que si le hicieran Papa, el mundo mejoraría mucho.
Para la mayoría de estos clericales de corbata, la mera visión de una sotana representa una provocación intolerable. Quizás por ello, le fallecido Juan Pablo II aconsejaba, no con mucho éxito, a sacerdotes y religiosas que usaran el hábito. Sabía que en la sociedad de la imagen, las cosas entran por los ojos.
De todas maneras, el común de los españoles suele ser más tolerante. Junto a los comecuras tenemos a los salvacuras, nueva clase social sin duda de mayor alcance. Los salvacuras no están dispuestos a quemar iglesias, e incluso embridan sus legítimas pasiones y se abstienen de quemar iglesias o insultar a los ensotanados. Es más, les tienden una mano amiga para que cambien de actitud. Incluso están dispuestos a financiar a la Iglesia, siempre, claro está, que la susodicha Iglesia cambie de talante (por detrás y por delante) y se acomode a los nuevos tiempos.
La verdad es que los tiempos siempre son nuevos, o si no no serían tiempos, pero lo que quiero decir, lo que los salvacuras quieren decir, es que la Iglesia debe renovarse, evolucionar, modernizarse, acercarse al mundo. Es cierto que su Fundador, un tal Jesús de Nazaret, se encargó de recordar que lo que tiene que hacer la Iglesia, precisamente, es alejarse del mundo y enfrentarse a él en su filosofía, su programa y sus actos, y que todo el empeño de los curas debe consistir, precisamente, en alejarse del mundo, cuanto más mejor. Sin embargo, qué duda cabe de que Cristo hubiera hablado de forma bien distinta si el sermón de la montaña tuviera lugar hoy, pongamos en la Puerta del Sol. Hay que contextualizar los hechos. Además, si se fijan aunque no conviene que se fijen demasiado- una lectura más analítica, más interpretativa, del Evangelio, nos llevaría a la conclusión de que en el fondo Él no quería decir eso, sino alguna otra cosa, seguramente recogida en alguna constitución dogmática del Vaticano II, asimismo debidamente contextualizada. Está claro, sólo una Iglesia que sepa adaptarse al siglo XXI podrá sobrevivir a la caída de imperios, civilizaciones y modos de vida. Sólo un Iglesia renovada puede sostenerse en pie en el seno de la multiculturalidad.
Es cierto, que los de siempre, los impenitentes clericales de miada miope e incapaces de adaptarse a los tiempos que corren, persistirán en que la Iglesia, y en primer lugar sus ministros, no están para agradar, sino para enseñar. Incluso aducirán que la necesaria adaptación de los curas a los tiempos, es algo repetido pocos lustros después de que su Fundador muriera en la cruz, y que aquellos que formulan tan espléndido consejo, son los que se han volatilizado, mientras la Iglesia permanece. Aducirán también, que la barquichuela de Pedro ha sobrevivido a todos los imperios e ideologías, ejércitos y credos que han intentado aniquilarla, mientras la Iglesia permanecía en pie. Y también alegarán que las órdenes religiosas y obispados más anticuados, aquellos donde se repite la vetusta doctrina -vieja de 2.000 años- son los que cuentan con más vocaciones, mientras las órdenes u obispados más modernos y próximos a los signos de los tiempos languidecen en materia de vocaciones.
Pero eso tiene una clarísima explicación: el fundamentalismo. Vivimos tiempos de tensión, las posturas más integristas, más radicales, más violentas, cuentan con un eco cada vez mayor entre las clases populares. Por eso, las órdenes religiosas fundamentalistas que los viejos ensotanados llaman fieles, cuentan con más adeptos que los modernos, pero eso forma parte de los tiempos convulsos en los que vivimos: los hay tan extremistas, que no se conforman con ser cristianos, sino que pretenden amar a Cristo. Y claro, ese tipo de extremismos no tienen cabida en una sociedad democrática. Ya lo decía el socialista Enrique Barón: en el Parlamento europeo se puede decir todo, pero hay cosas que no se pueden admitir. Se refería a Rocco Butigglione, que quería ser comisario y católico. Y claro, eso no puede ser.
Así pues, el Sistema está dispuesto a aceptar a los curas, no lo duden, siempre que los curas digan lo que deben decir, y no lo que no se puede admitir en un democracia. Pro ejemplo, un cura no puede decir lo que ha dicho el padre Iraburu (al que me imagino con sotana y teja) sobre el sacerdocio actual.
Lo dicho, que la Iglesia no está para agradar, sino para enseñar. Y que si yo fuera cura, y no me insultaran todos los días, ni me tildaran de cavernícola, sospecharía que no estoy cumpliendo con mi Ministerio. Es de lógica.
Eulogio López