Final del Master Series de Tenis de Madrid. Si alguien hubiera gaseado la Sala, pongamos un 10% del PIB español se habría ido a freír espárragos. O a lo mejor había remontado quién sabe, pero en otras manos. En uno de los palcos a pie de pista, Ignacio Garralda (un broker enriquecido en bolsa, fundador de Asesores Bursátiles, ahora dedicado al movimiento oenegero para entretener sus ocios) escuchaba respetuoso a Juan Luis Cebrián, consejero delegado de PRISA. Como a Janli le encanta el respeto ajeno, le flanqueaban el presidente de Mutua Madrileña, Ramírez Pomatta y los dos constructores de moda: Florentino Pérez y Luis del Rivero (sólo faltaba José Manuel Entrecanales, aunque su familia no necesita presumir de cercanía a Polanco : siempre ha estado próxima). Y ojo, porque poco antes, todos ellos habían compartido mesa y mantel con el secretario de la Casa Real, Ricardo Díaz-Hochleitner, otro apellido ilustre en la tenida progre-liberal de izquierdas, lo que en Francia llamarían la gauche divine.
Por su parte, el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, repartía sonrisas y apretones de mano a todo el espectro ideológico y empresarial allí reunido. Incluso aprovechó la lujosa revista del máster para hacer hincapié, con entrevista incluida (durísima la entrevista, oiga usted) acerca de su amor por el motociclismo y su juvenil práctica del paracaidismo, dejan claro en este último capítulo que no se hablaba de paracaidismo político, sino en su sentido literal, genuino, prístino.
Y así, no se sabe si por casualidad o sólo por fastidiar, el alcalde situó en palcos prácticamente conjuntos al juez Baltasar Garzón y al secretario general del PP, Ángel Acebes, que se saludaron con mucha prosapia, porque para eso han sido educados en colegio de pago. El domingo, Gallardón no dejó de honrar a SAR Elena de Borbón y a su esposo Jaime de Marichalar, así como a sus retoños. Para ganar unas elecciones, no hay un momento que perder, para practicar el eclecticismo, no hay una oportunidad que desperdiciar.