Es frecuente la expresión -en cualquier asunto- "Yo no lo haría, pero respeto la decisión de los demás".
Quien con ese criterio aprueba el aborto es como una persona que, iniciado un fuego en el edificio en que vive, en lugar de ayudar a apagarlo se encierra en su casa, pensando que a él no le afecta.
Más pronto que tarde le ahogará el humo del incendio, mucho antes por supuesto de que el edificio entero se venga abajo.
Porque leyes como la del aborto, el matrimonio homosexual, y todas las barbaridades antinatura -la última, en Bélgica, eutanasia infantil- que están asolando la civilización europea, no son hechos individuales cuyas consecuencias comienzan y terminan en quien los ejecuta, sino que tienen una repercusión que paulatinamente afecta directa o indirectamente a todo el cuerpo social. Si se dice que la costumbre es ley, ¡qué no hará una ley promulgada aunque sea injusta!
Amparo Tos Boix