Estuve en el mitin de cierre de campaña del partido Familia y Vida, que propugna el No en el referéndum del próximo domingo día 20. A esta formación le gusta Europa, lo que no le gusta, como a otros muchos, es el Tratado Constitucional.
Sin embargo, los presentes querían hablar del Plan Ibarretxe, aún antes que de Europa, e incluso hubo quien llegó a afirmar que Europa no nos va a ayudar con los del norte. Ocurría esto mientras ETA desencadenaba una nueva ofensiva. Si la banda no mata es porque no puede, pero seguramente podrá en breve plazo. A fin de cuentas, matar es sencillo. ETA no asesina más porque los etarras no son fanáticos musulmanes. Por tanto, no se inmola en el homicidio sino que planea muy bien la huída. Y si la huída es complicada, deja el atentado para otra ocasión.
La verdad es que la Constitución sí nos va a ayudar con los del norte y con nadie ni con nada más. Los gerentes de la Unión, especialmente Jacques Chirac, sueñan con un Gobierno mundial, superador de todas las naciones y todos los nacionalismos. Chirac, por el momento, se conforma con una Europa regida desde París con ayuda de Alemania. No es el presidente francés el más europeísta de la clase política continental, sino el menos. No le gusta más que una Europa como etapa hacia un Gobierno mundial y, en el entretanto, una Europa regida a la medida de París y, para ser más exacto, de las grandes multinacionales francesas. Chirac es uno de los pilares del Nuevo Orden Mundial, que se gesta a través de Naciones Unidas y de la Trilateral, y que busca preferentemente eso : un Gobierno mundial y una nueva filosofía global. (Por cierto, la Constitución Europea es la primera Carta Magna que recoge las sociedades filosóficas, como institución pública. Es decir, la primera Constitución que certifica a la masonería, pues, desde que murió la moda teosófica, las únicas que se autodenominan sociedades filosóficas son las logias.
No es broma, ya en el año 2000, Jacques Chirac, en una entrevista casualmente concedida a la revista Choices, órgano oficial del PNUD, uno de los organismos de la ONU encargado de promover ese mismo Gobierno mundial, exigió un nuevo código de conducta que provea un fundamento global para un Gobierno mundial. Y recientemente, el presidente francés ha insistido en la misma idea: propugnó un impuesto mundial para luchar contra el Sida. No sé si el Sida le importa mucho, pero un impuesto mundial es el comienzo de un Gobierno mundial, si ustedes me entienden. Sin impuestos, no hay Gobierno.
En cualquier caso, de puertas adentro, Rodríguez Zapatero se juega mucho en el envite. Zapatero necesita mostrar que España sigue siendo el país más europeísta, capaz de crear esa bola de nieve que arrastre al resto del continente. Pero tiene un problema, el centro reformista Mariano Rajoy también pide el Sí, aunque lo haga con la boca pequeña, cuando toda la estrategia socialista desde el 14-M consiste en airearse antes con el demonio que con el PP. En pocas palabras, consiste en aislar al Partido Popular. Zapatero y Maragall prefieren gobernar con los independentistas catalanes y pactar con los nacionalistas vascos, y esto no lo consideran incompatible con su globalismo en política exterior. Cualquier cosa, antes que pactar con el Partido Popular.
Y se trata de una estrategia peligrosa. El español siempre se ha tomado la política como un chiste (y eso demuestra su sanidad mental), y el chiste del momento es el siguiente:
- ¿Sabes aquel que dice que va la viuda de Carod al entierro de Ibarretxe?
- Pues no, no me lo sé.
- Yo tampoco, pero, ¿a que empieza bien?
Los detalles de afecto, las reuniones secretas, la galantería con los nacionalismos excluyentes es algo que saca de quicio a los votantes socialistas de Andalucía, La Mancha, Extremadura, Castilla o Asturias. Es igual, Zapatero da una de cal y otra de arena. Zapatero no cree ni en los nacionalismos ni en España: sólo cree en el ansia infinita de paz de un Gobierno mundial, casi beatífico. En esa línea, el referéndum del domingo 20 de febrero es un pulso. Tiene que ganarlo, y lo ganará aunque lo pierda. Lo previsible es que el voto inteligente apueste por el No, pero aquí puede repetirse la anécdota de aquel candidato presidencial norteamericano, que perdió las elecciones cuando se hizo público lo que sucedió cuando bajaba de la tarima donde había pronunciado el mitin. Un ciudadano se acercó a él y le dijo :
-A usted le votará la gente más informada e inteligente de esta gran nación.
-¡Pero eso es terrible repuso el candidato- con esos votos no puedo ganar, necesito muchísimos más!
Eulogio López