Lo intuíamos, pero ahora tenemos la certeza. Nos las prometíamos tan felices porque globalizar iba a suponer lo mejor de lo mejor. Y por supuesto tiene cosas positivas pero también negativas.

La cara amable de la globalización o ‘mundialización’ significa integrar y facilitar las comunicaciones, el intercambio cultural, la desaparición de las fronteras económicas, la extensión de los derechos humanos…, la menos amable es que ha supuesto un mayor intervencionismo, pérdida de la identidad nacional, el aumento del desempleo, una importante concentración del capital y sobre todo, la desigualdad impresionante entre los más ricos y los más pobres.

Pero hay algo que no es ni bueno, ni malo, especialmente, es una manera de concebir los negocios y el ocio: los viajes que se pusieron de moda a partir de los años 90 y sobre todo del 2000 y sostienen nuestra economía y nuestra forma de vivir. Sin embargo puede constituir una amenaza, tal y como estamos viendo, porque la globalización tiene un efecto ventilador para expandir los nuevos virus.

Se desconoce hasta qué punto se propagará el virus y la profundidad de su impacto económico. Pero el G20, reunido en Riad, se pregunta sobre las desventajas de la extrema dependencia que supone la globalización

Una persona enferma puede llegar a casi cualquier lugar del mundo en menos de 36 horas. Según la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) unos 4.300 millones de personas viajaron en avión en 2018. Todo ello hace que, junto a otros factores climáticos y socioeconómicos, en las últimas décadas hayan aumentado las enfermedades emergentes.

Epidemias como la del coronavirus no se pueden comprender sin el modelo de vida actual que contribuyen a que las epidemias dejen de estar localizadas geográficamente y que, cada vez más, hablemos de enfermedades globales.

Decía ya en 2003 David Alonso, investigador, físico y biólogo, en un artículo publicado en la web del Real Instituto Elcano que en un mundo cada vez más interconectado e interdependiente, el brote de una enfermedad infecciosa en un país podría convertirse realmente en una preocupante situación de emergencia sanitaria para el mundo entero

Y, en apenas dos décadas, el mundo ha vivido tres epidemias de nuevos coronavirus. La primera fue la del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS-CoV) en el 2002: originada en China, afectó a todo el planeta y causó una infección pulmonar grave en más de 8.000 personas y unas 774 muertes. La segunda, con origen en Arabia Saudita, fue la del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) que, desde el 2012 al 2019, ha causado 2.468 contagios de los cuales 851 han sido mortales. La tercera es la del actual coronavirus chino, recién bautizado por la Organización Mundial de la Salud como Covid-19.

Aseguran los expertos que "es mucho menos grave que el SARS, pero mucho más contagioso". Este es uno de los motivos por el que, por ejemplo, se ha suspendido el Mobile World Congress  de Barcelona o el Art Basel de Hong Kong, entre otros, que ya ha causado un duro golpe en una industria billonaria: la de los eventos mundiales que contabilizaría pérdidas superiores a los 2,5 billones de dólares, según estima la CNN.

En este sentido y en Italia, donde el número de casos de coronavirus, que ha causado la muerte a dos personas, rebasa ya el centenar, las autoridades han cancelado los dos últimos días del Carnaval de Venecia, según a la agencia Reuters. El Carnaval de Venecia es uno de los más famosos del mundo y es la época del año en la que la ciudad de los canales recibe el mayor número de turistas, con una media de visitas de 3 millones de personas.

Las autoridades italianas han cancelado los dos últimos días del Carnaval de Venecia, uno de los más famosos del mundo con una media de visitas de 3 millones de personas.

Así que, la cuestión de fondo no es solo saber cuánto nos va a cambiar política y socialmente el coronavirus sino también cuál será el efecto económico de esta enfermedad. Hay una coincidencia ‘global’ que asegura que su impacto será mayor que el que tuvo en el 2003 el SARS porque China, que entonces representaba el 4% del producto interior bruto  global, hoy supone el 17%.

Pero, además, cuando se produjo ese brote epidémico que contagió a 8.000 personas y mató a casi a 800, China apenas llevaba 13 meses integrada en la Organización Mundial de Comercio.

Como ya se comprobó durante la guerra arancelaria entre los EE.UU. y China, la economía asiática se ha infiltrado en las cadenas de valor globales y no hay casi ningún país que pueda pasar indemne ante una ralentización de su economía.

Un país cuya presencia se ha hecho notar en la reunión del G20 que se celebra en Riad. Mientras los ministros de finanzas y los gobernadores de los bancos centrales se han dado cita en Arabia Saudí, las autoridades chinas están centradas en contener un brote que hasta el momento ha provocado casi 2500 muertos e infectado a casi 80,000 personas, ha bloqueado  las cadenas de suministro mundiales y supuesto rebajas en las previsiones de crecimiento global.

Se desconoce hasta qué punto se propagará el virus y la profundidad de su impacto económico. Pero en la capital saudita, se han puesto encima de la mesa preguntas sobre las desventajas de la extrema dependencia que supone la globalización.

Los viajes sostienen nuestra economía y nuestra forma de vivir. Sin embargo puede constituir una amenaza, tal y como estamos viendo, porque la globalización tiene un efecto ventilador para expandir los nuevos virus.

“¿Queremos seguir dependiendo al 90% o 95% de la cadena de suministro de China para la industria automotriz, la industria farmacéutica, la industria aeronáutica, o dibujamos las consecuencias de esa situación para construir nuevas fábricas, nuevas producciones, y para ser más independientes y soberanos?, preguntaba a sus colegas presentes en Riad, el ministro de Finanzas de Francia, Bruno Le Maire. “Y no hablo de proteccionismo”, dijó, “solo la necesidad de ser soberano e independiente desde un punto de vista industrial".