Como si fuera un pasaje extraído de la realidad, esta sensible y esperanzadora película muestra la encomiable labor que realiza un médico rural que ama su profesión. No es la primera vez que el director Thomas Lilti muestra el humanismo en el ejercicio de la medicina, quizás porque él mismo estudió y ejerció esta profesión sanitaria. Lo narró hace año en Hipócrates y lo volvemos a contemplar en Un doctor en la campiña. Jean Pierre es el eficiente médico de una pequeña zona rural que se encuentra, a más de una hora, del centro  hospitalario más cercano. Miembro destacado de la comunidad, a sus pacientes les ausculta, les diagnostica, les receta medicinas pero también les escucha. Su trabajo le ocupa los siete días de la semana. Pero cuando Jean Pierre se ve afectado por una grave enfermedad no le queda más remedio que recibir la ayuda de una nueva compañera, algo que no le sentará especialmente bien ni a él ni a algunos de los vecinos a los que atiende. Este drama discurre con amabilidad mostrando el día a día y los retos cotidianos a los que se enfrentan estos profesionales de la medicina. Un trabajo que comporta, además de conocimientos y psicología, servicio a los demás, grandes dosis de paciencia sin olvidar la caridad. Esta bonita y optimista historia ofrece un recital interpretativo lleno de naturalidad a cargo de su pareja protagonista, encarnada por el estupendo François Cluzet (uno de los protagonistas de Intocable) y Marianne Denicourt, que logran  una química que traspasa la pantalla. Para: Los que crean que el ejercicio de la Medicina es algo vocacional Juana Samanes