Con referencias argumentales de títulos muy significativos del cine de terror, lo que la diferencia de otros largometrajes de este género es que en Malasaña 32 se ensamblan perfectamente en esos digamos “lugares habituales” con elementos pintorescos y sociológicos de la cultura española de esos convulsos años, consiguiendo un producto aceptable.

Año 1976. Una humilde familia, los Olmedo, llega a Madrid desde el pueblo dispuestos a conseguir las oportunidades que brinda la gran ciudad. Han invertido todos sus ahorros en comprar un piso antiguo en la céntrica zona de Malasaña. Lo que desconocen es que una criatura  terrorífica les espera en ese lugar.

Muy efectista, los elementos cotidianos de un hogar se convierten en terroríficos, hablamos del tendal de la ropa, de la máquina de coser o de una siniestra mecedora. Más de sugerir que de mostrar, a pesar de contar en el reparto con Javier Botet, todo un experto en convertirse en monstruos diferentes (ha participado en películas como IT, IT: Capítulo 2, Expediente Warren: El caso Enfield, Mamá, Re), el principal acierto de la película es que cumpla una de las máximas no escritas de los largometrajes de terror: que los personajes interesen al espectador, sienta empatía por ellos y, por esa causa, se sienta involucrado siguiendo sus avatares. En ese contexto la familia Olmedo lo logra porque se intuye lo que han sufrido por la maledicencia de los comentarios del pueblo de donde provienen, porque son unos auténticos perdedores.

Anécdotas curiosas de la película. Primero, una aclaración: el portal de Malasaña nº 32 no existe, la película se ha rodado en San Bernardino número 3, conocido como el edificio Montano. La publicitan como inspirada en hechos reales, una afirmación algo exagerada porque lo que contemplamos solo se asemeja un poco a lo que ocurrió en el número 3 de la calle Antonio Grilo, cerca del Mercado de Mostenses de Madrid.

Para: los aficionados al género de terror.